18 Abr 2024

249. POESÍA PANAMEÑA. ELA URRIOLA

-13 Jun 2021

 

ALLÁ EN IRLANDA

 

Irlanda es una finca esmeralda

donde sonríen ángeles

pecosos

que trenzan sus cabellos

con lavanda,

y cuando duermen,

a veces,

se escucha el cantar de un laúd

y el ladrido de un perro

sediento.

 

En Irlanda

también muerden los demonios

en el convento.

Sus labios sepultan las sobras del paraíso

y profanan la oración cándida;

sus brazos de fauno desanudan las caricias

y ahora quiero incinerar

el color de las rosas

sobre las sotanas,

porque me han dicho

que allá en Irlanda

les hicieron lo mismo

que en nuestro rancho.

 

Allá son rubios,

no tienen a una madre en la zafra,

no tienen a un padre que duerme

con la botella abrazada;

no se despiertan con olor a flor de café

en la camisa,

no tienen nada de eso

pero en Irlanda les hicieron lo mismo.

 

No sé si sus manos les hablaron en español,

si sus togas

almidonadas con incienso

rezaron las mismas mentiras,

solo sé que también les cortaron

las alas.

 

Allá en Irlanda,

a millones de kilómetros,

también están a años luz

de que Dios los bendiga.

 

 

VOCES EN EL VIENTO

 

«¡Ah! ¡Si yo pudiese orar,

si pudiese subir como el incienso todavía

y caer humildemente de rodillas como la cera hirviente de

los cirios! ¡Ah! ¡Si los que asesinaron al Cordero

y viven de la sangre del Cordero

no me hubieran arrebatado la fe!»

LEÓN FELIPE

 

Soy una voz que pasa

como estridor de trenes

entre las estaciones,

voz

despreciada y anónima

que despeina las nubes del campanario

en su bregar

y en su silente búsqueda de

eco.

 

No fue una súplica impar.

Fuimos un ejército imberbe de voces,

la negación

de un milagro,

naufragio

germinal

de brevísimos cuerpos

perpetuado

en claustros y llanos;

un coro

seráfico

reventado por la danza del báculo.

 

En los pasillos,

donde cantan los ángeles,

se fustiga con ortigas

el pecado;

en los pasillos donde criban las almas

bajo la rutinaria niebla del incienso,

donde pedir que se haga la luz

te conmina a las sombras,

allí

todavía

estamos.

 

El mundo mira (ese planeta celeste

en sus ideas,

terrestre

en su hipocresía)

y dice que nos conoce.

 

Desconozco tu rostro

pero sé

que a veces miras

hacia otro lado,

y no bastará este desierto en mi cuerpo,

ni mi vagido en el mundo.

 

Fui una voz elevándose

en el campanario,

clamor

de certezas núbiles,

fui esa voz

que suplicaba a Dios

que los fulminara un rayo.

 

Déjenme ser

primavera que perfuma el viento;

ser mañana el árbol

cuyas raíces morfan;

déjenme ser alguien

que no los odie.

Si regresan,

déjenme desaparecer.

 

La luna se asomará en la loma

para apagar su sed,

y

alguien

remendará fútil

mi calvario con salmos.

Cuando duele,

no basta creer.

 

Soy una voz que no puede callar,

porque mañana

ya será tarde

para el futuro.

 

 

LA VOZ SIN NOMBRE

(EL NIÑO DE GRANADA)

 

En estos días tan feos

encontré a un ángel

engarzado entre las rejas

de un estacionamiento.

 YOLANDA PANTIN

  

“Afuera están los elefantes “

me decía

esa voz sorda

como polilla gravitando en la lámpara;

seca,

como el madero

en su evasión

de la hoguera.

 

Esa voz se desdoblaba

como arcadas de un animal sediento

ignorando

los titulares de los diarios,

las sentencias hipócritas

del corral político

sazonado de estadísticas,

veredictos

y hasta el detritus

de una transnacional

que compra el paraíso

siempre a la venta.

 

Voz ajena a las voces

que se hartan de ostras y champaña,

que me hablan de niños en abstracto,

niños rubios

que mascan pan con semillas,

que sorben el futuro edulcorado

en el parnaso,

mientras lo invisible

me habla

en todas las lenguas del hambre,

me grita

en el idioma del espanto.

 

Algo cobraba vida

en el asfalto

cuando escuchaba

esa queja sin emisario,

que arrastraba las palabras

dentro de la noche

como descontando el aire,

la brisa,

la infancia de las mariposas

y el recuerdo

de los estambres

en los patios familiares;

algo se quebraba para siempre en mi garganta

cuando intenté contestar

y no sería capaz ya de abrir los ojos

sin revisar el mapa

de las circunstancias,

desconfiar del sol

para explicarme el sentido de esperar

la mañana,

porque de pronto me sentí impotente y harta

intoxicada de café y gentes

que sólo se atreven a ripostar

cuando las revistas pagan.

 

Esa voz oscura

—de unos doce años—

se desdoblaba

en lo profundo de sempiternas cicatrices

con olor a vaso roto

y a pega,

rumor de sueños derruidos al filo de un lago

que promocionó Disney

junto a un zaguán latinoamericano.

La inocencia no existe:

cifras y discursos

se editan

como largometrajes que huelen a fresas,

pero aquí cosechamos guayabas

cuando no se las llevan

para vendernos la jalea.

 

La mudez del mundo resuena

en voces acalladas en los parques

por tormentos que fraguaron manos adultas,

recorriendo decibeles

tiznados con las sombras

en sus inacabados cuerpos;

y como si no pasara nada,

se anuncian las ofertas del verano

y el color de pasarela en los labios,

y las posibilidades de generar éxitos

con piernas esculpidas por pedidos

en Amazon;

se anuncia

el fin de la batalla de gigantes,

el Brexit les duele en los callos,

y el discurso se tornó amargo

como la bilis,

como el presente

que el mundo civilizado

está calcinando.

 

Ayer se robaron el cofre

y hoy nos drenan la linfa,

pero Trump no quiere a nadie

en su baile de merengues dorados,

y ahora todos estamos sobrando.

 

Retumba

esa voz infantil

que creció de golpe

sin padres

protectores,

sino que aprendió a decir

que surgió de unos podencos

alimentados del pecado.

 

Con la razón del desconocimiento

sobre el suicidio de la infancia,

quebrada

e ignorada

por las sonrisas de los turistas,

me creí nombrar por esa

voz que no pertenece a nadie,

que, sórdidamente,

baila con el espíritu de una abuela tosca

que no existe

como sus ojos petrificados

por el éter de metilo;

el cuerpo y la voz se alejan,

aunque yo intente abrazarle,

prodigarle una caricia,

o en su defecto monedas

que no sabrá contar

sino bendecir

con la sonrisa trueca

de una promesa vacía.

 

Hay tardes en que amanso

el vuelo

de la libélula errática

traicionada por la brisa,

y busco una fotografía de familia

que ya nadie recuerda

y que por eso

tampoco nadie reconoce perdida,

y entonces esa voz de abusos y pesadillas

retorna

aunque me esconda en los laberintos

de mis días

alejados ya

de los ocres y perfumes del verano,

de su suavidad terrestre

decorando las danzas de muchachas

despeinadas,

días de consorcios con héroes

que se disponían a estremecer el mundo

a puro pulmón y a versos,

esa voz me sigue llamando

aunque corra años luz

de aquel portón de hielo y silencio.

 

Hoy como ayer

me hundo en esos ojos

devorados por el mundo

y no puedo sino escuchar

dentro del cuerpo

quebrado,

medio poste,

medio árbol,

a ese niño de Granada

inasible de abrazo

y enquistado en mis sueños.

 

Este mundo me adormece,

la impotencia rebasa los gritos

y

me inundan

las lágrimas

de niños del mundo

con sabor a reposo y cianoacrilato

que esperan

tal vez

que su voz

no se disperse

en la brisa inaudible

de la avenida.

 

Poemas de El vértigo de los ángeles, Panamá 2019.

 

 

Ela Urriola (Panamá). Escritora, filósofa y pintora. Investigadora de Estética, Bioética y Derechos Humanos. Doctorado en Filosofía Sistemática en la Karlová Univerzita, Praga. Dicta las cátedras de Estética en la Facultad de Bellas artes en licenciatura y maestría, y Filosofía, Ética, Bioética y Derechos Humanos en la Facultad de Humanidades. Premio Nacional de Poesía “Ricardo Miró” (2014) con La nieve sobre la arena. Incluida en Poesía de Panamá (2015). Antología poética bilingüe español-ruso. Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez” (2015) con Agujeros negros. En 2018 obtiene, por segunda vez,  el Premio Nacional de Poesía “Ricardo Miró” con el poemario La edad de la rosa. En el 2020 obtiene el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil “Carlos Francisco Changmarín” con su obra Las cosas de este mundo.

 



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