27 Abr 2024

499. POESÍA PERUANA. CÉSAR EDUARDO

-20 Ene 2024

  

SENDERO PINEAL

 

¿Cómo sobrellevar la astucia con la mano?

Primero dime si tu meñique es presa

de estas costumbres, así colaremos

la aurora a través de sus fragancias.

 

Nos conocimos en la marcha de los espejos,

descuartizamos los vocablos

con las funciones al recaudo de un anacoreta.

 

Aquel punto señala

nuestra ubicación en la galaxia

aquel círculo estabiliza las auras

de esos caciques trinitarios

que tanto contaban de sus penas imperiales.

 

            Ahora, de noche, apresuras el rodaje

            de un conífero hoyuelo arrebatado

            el cual fue elevado

            con la fuerza hercúlea

                                                de las masas

            apuntando al sol, que está del otro lado.

 

Clavel y trago.

                        Clavel, no hay rezago.

                                                            Clavel morado.

 

Juguemos a ser traficantes.

Desde hacía tiempo que la abuela nos observa

amordazados,

colgando tiernamente del hilo mortuorio de la patria.

 

Piensas contraer matrimonio con la luna

pero sabes que tu nido raramente dosifica su candela

en donde yo me reflejo,

trapo y nudos,

siendo permutado, entre parálisis (*)

de sumerios garabatos.

 

Hay posibilidades

de que el plasma sobresalga

durante esta efeméride,

el listado es de dosis frecuentes

de algún tajo de brisa amarilla

aventajada, bravía y confeccionada

de estrellas falaces y heridas innobles.

 

 

SOL, NUEVAMENTE

 

Fenecí al amanecer de la expedición

complicándome la vista

tras el otoño que solidificó una crisálida

eficaz y soslayada.

El viento que abundaba

nos concedió vertiginosas sus imágenes.

 

Las ramas del ciprés van agitándose,

varándose en la última sílaba del rumbo

mortificante lluvia de arrecife

nieve fósil que calcina los botines

y también a tu mirada

para que no forzase a talones agitados

de ascender ni descender.

 

Un montículo espumoso

surgió al norte de una finca,

en donde una noche asenté las posaderas

relajando así estos tendones predatorios

añadiéndole un valor rústico a la estela

comandante,

hiriente tras contactar hiperespacio.

 

Una zanja se abre.

“Coloca el tabaco

en el asiento de adelante.”

 

Si supieras que el algodón estalla

en cuanto la humedad invade

los corredores de mis venas

y el sol nos embriaga, contrariado

a través de cada terso nervio.

 

Así inquietábase este octubre

guajiro y melindroso,

a la mitad de un ocaso procedente.

 

 

CLOUD ATLAS [PRISIÓN ECUMÉNICA]

 

Alianza del vacío que columbra

y me arremolina,

espontánea es la vida que brindas

satisfaciendo el declive de algunas

abolladuras del achaque permanentes.

 

Un gatito en la orilla mea suplicios

la moza funde el azogue al estofado

dispuesta a tranquilizar la confección

de abejorros avispados,

anudados al firmísimo trebejo lunar.

 

Heme de haber hecho carbono

desligado dióxido, corriente en

el destino de una copiosa patria

entreverándose entre malandros.

 

El pincel de Brueghel

posee en sus cerdillas tales pigmentos

que seleccionan etéreas sus frambuesas

al interior de los panales.

 

Leyes hipnotizan, así el humo

desciende por las bisagras de mi mente

próxima a ser exacerbada por el crujir

de mi uñero mineral,

entretejida al orbital de mis amígdalas.

 

Ésta concuerda, pauta anónima.

Luego tórnase a la reencarnación

que consta de siete guías instantáneas,

impertérritas de origen,

para así poder volver a comenzar

henchida hasta el tope de nitratos.

 

¡La fuente está de azul cubierta!

 

 

KINSMAN REDUCTOR

 

El recorrido del oleaje fue satisfactorio,

la montaña equiparable al trote del otoño

que va helándose con succión de nubeluz.

 

La mayúscula se manifiesta en esta tinta

ante el mapa que cicatriza a la redonda

forjado en función

de trapecios escotados

posándose en la unión de dos relieves.

 

Me designas de arquitecto

al momento en que te hospedas

bajo estos bíceps sometidos al subsuelo.

                         

Preferible es mitigar el mal sueño

con el líquido de tu cavidad magnética

a que conducir un espectáculo de sangre

con la maratón a la que apuntan mis tobillos.

 

Eres frágil al indagar

que la mudanza es polvo de oro táctil,

la que exude una corriente muy arenosa

mientras gente baila cumbia en el asfalto.

 

Echamos miles de pulgares por doquier

las vocales del nombre zambulléndose

hacia tu esófago asesino,

el cual logró abastecerse

de otros bocadillos fratricidas

nivelares a inventarios anarquistas

que fulminan horizontes de reojo.

 

Desde entonces la pluma emana luz

y taja acero

en la vertiente del Colca

a la que accedí serpenteando

cobijado en alguno de esos cúmulos

para así comandar en la capital de alcurnia

y acomodarlo todo con el gozne espiritual

del palosanto auxiliar

coetáneo y repelente a la zozobra.

 

 

LAPLA ROAD

 

Por mientras me resbalo delirando,

la costumbre sustrayéndome del hielo,

ración de mi plexo solar atada a espiga

que adquiere el valor del sushumna

al modo de un vasallo oriental.

 

Nada hostiga,

más bien todo indica

que las plumas de pavo real

continúan su alucine

sobre verdísimas praderas,

bajo reseñas de historietas

empolvándose en un ático.

 

Así le canto a este día tan soleado

con un foco púrpura en la frente.

Azul marino ante los trópicos

buceando en cada floja arteria,

husmeando,

constatando el inicio de esta época.

 

Tu rostro atenta fácilmente

en el plano del poniente

durante la edad así de combativa,

ya que la tinta se desparrama

y nos deja boquiabiertos

permeando al disco de canícula

hacia un otro peldaño claroscuro.

 

Siendo el cabecilla hoy entreno

a lo largo de lomas de lúcuma

lusitanos músculos aprisionados

por la herrumbre del titanio.

 

El marco de batalla ya se asoma

al crepúsculo que se queja del furor

a cúpula de mimbre que se enciende.

 

Hay, luego, perpendiculares mentores

plegados al deseo de sesgados poseerse

tras uno de tus rasgos que casi anula

mi indecencia contra el hemisferio

lapidario, inoculado

de mareas derritiéndose en tu abrazo.

 

 

TRUENA DE PELIGRO LA MAZORCA

 

Una manzana esquiva las perforaciones

y golpea el suelo newtoniano

detrás de la cabeza de Guillermo Tell

de su propio alimento así hecha fibra.

 

Abrochóse la cabina aórtica

el hidráulico bautista

considerando las neuronas su apo-

sento detrás de esa sonrisa.

 

Fatídico engranaje lunar, retumba

adjetivando percances al adverbio.

A través del vidrio me reflejo,

a través del vidrio uniforme

es la estructura de mi rostro abollado

                          por el ladrillo.

 

Usabas uno de tus maternos apellidos

con la simplísima razón de restregar

tu lenguaje paternal.

Olas emiten las leñas de tu índice,

viajas ondulada

de panza al sur norteño,

migajas echas a petreles

de un muelle antepasado.

 

Mirándote a los ojos

delineo tu sonrisa de país estrecho

                                    con mi lápiz.

                                                         

Si éste fuese mi último aliento de mostaza

no dudaría, astro incluido,

en abundarte de flechas

vueltas faros venenosos,

escondiéndote detrás de mi persiana.

 

 I, como siempre dijo mi hermanastro:

“morir forrados de licores hasta el tuétano”

trizados como las obras de los dioses

 

febriles

             todos

                     los jueves post-

                                             nupciales * para                                         

                     amanecer en

            pluvioso

retroceso.

 

 

EL CÓDICE DEL FUEGO

 

Claro que te puedes prender de la solapa.

Mi “patriótico peinado” negará tu prisa

a partir de nuestra estación del candado.

 

La bruma zampa algún tambor

y limpia las rutas que conducen

hacia lo que el césped rasga, exhibiendo

a los crecientes cofres de mi alma.

 

Examiné el estambre de la yerba

asimilando todas sus pautas

incluso desde este veleidoso cojín:

allí velaba el chamaco a la esencia

por las cuatro direcciones.

 

Permanezco un caminante,

mi cabeza chanca el catre

con el boogie de Zeppelin.

 

Si me vieses extraído de tales dualidades

no dudarías en brindarme tus caderas

y el alpiste de mandíbula que coacciona

tanto gusto

a la merced de éste mi miembro

erguido a menos de dos meses del ataque.

 

Así exhalamos las fechorías del tacto.

Luego planeas otro viaje,

sin vergüenza explicándolo:

un humor cáustico emana de tus tímpanos,

y las retinas ya se hunden

proliferando volúmenes icónicos,

dimensiones de mi desértica memoria.

 

Trato de desprenderme de mi chaleco

encapuchado, tu abrazo

de oso me lo impide

y la muy tensa yugular casi me arde,

me arde hasta la coronilla

que lentamente va oxidándose

en un lejano crematorio.

 

César Eduardo (Trujillo, Perú, 1989). Poeta, ensayista, traductor y dibujante. B.A. Hunter College (CUNY), M.A en Literatura Hispanoamericana, Universidad de Barcelona. Ph.D. en Literatura Comparada, Universidad de París X Nanterre. Vive en la Ciudad Luz desde 2017, luego de un extenso período de residencia en Nueva York (2002-2015). Ha publicado los poemarios Viracocha Borealis (2012) y Grizal (2015), así como artículos sobre poesía peruana y norteamericana, así como textos narrativos en revistas internacionales. Su obra plástica hizo parte de exposiciones colectivas en Greenpoint Gallery y en The Living Gallery, ambas en Brooklyn (Nueva York), así como en Blacktape Art durante el Miami Art Basel de 2013. Actualmente se desempeña como profesor de inglés en varios institutos de la capital francesa. Del mismo modo, participa como animador de micrófonos abiertos literarios para las asociaciones Paris Lit Up Sin Licencia Editorial.

 



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