Por Agustín Mazzini*
Buenas tardes. En primer lugar, debo decir que ha sido un placer haber escrito la contratapa de este libro y, ahora, poder estar acompañando a Sofía en su presentación. A Salvo la sombra lo conozco desde sus inicios; incluso cuando aún no se llamaba así. Fui testigo de su armado, sus correcciones y los distintos cambios realizados por la autora a lo largo del tiempo.
Siempre es una apuesta valiente publicar los primeros versos. Es, de alguna forma, darlo al mundo y que haga su propia senda, exponerse: los demonios personales, las angustias, la mirada sobre las cuestiones más trascendentes del ser, de la vida y de la muerte. Un libro que, además, parece un hallazgo dentro de la poesía joven; el interés en regresar al mito, lo cósmico, lo onírico y lo imaginativo, los símbolos que coquetean con ciertos aspectos surrealistas, nada de esto es común de encontrar en una autora de esta generación, digo, mi generación.
Aprovecho la oportunidad para añadir algo más a la contratapa: la idea de contemplación que existe en Salvo la sombra. Curioso de ver, en una época plena de ansiedades en donde parece que no existe tiempo para detenerse a contemplar, en los versos de Sofía esta contemplación con fuertes trazos místicos, está anclada a una relación entre el afuera y el adentro.
Por lo general, si hablamos de contemplar, resuena únicamente la figura del poeta observando los fenómenos de lo natural, en vinculación a los cuatro elementos: la tierra, el aire, el agua y el fuego. En cambio, en Salvo la sombra existe una “apropiación lírica” de dichos elementos: el “yo” se manifiesta a partir de hacerse con la naturaleza para su propia necesidad expresiva y contar también el adentro.
Ya desde el poema que abre el libro vemos toda una declaración, si tenemos en cuenta a la figura del monstruo en relación a los terrores nocturnos típicos de la niñez y a una especie de “Frankenstein lírico". El poema “El monstruo” dice:
(…) tomé un rostro
que me recordó
aquella otra redondez antigua
– esa que un día acaricié y
escapó de mí como una niebla –
y elegí
una lengua que hablaba
de las mismas luces
de los mismos siete sellos
de las mismas formas escondidas en el agua
pero distinto
escogí la voz
por la cadencia reticular de sus tonos (…)
Encontramos la primer referencia culturalista y metaliteraria (le seguirá el título del segundo poema “Casa tomada” en obvia alusión a Cortázar, una reescritura del sentimiento del autor del cuento en donde atraviesan fantasmas, venas, grietas entretejidas): los siete sellos del apocalipsis. Con la imaginación se construye una bestia propia que hablara una lengua de ese fin del mundo personal, cargado de significado lírico: el adentro se expresa a través del simbolismo de sus elementos (a ello me refiero cuando digo “apropiación”). Desde su inicio Salvo la sombra no le tendrá miedo a hablar de cada pedazo de ser.
Cierta vez, una escritora, refiriéndose a un poeta allegado a ella, decía que él encarnaba los mitos en su propia vida, los hacía parte de lo cotidiano. Lo mismo ocurre aquí, en tanto animales, insectos, lunas, aún más, personajes como Atlas, forman parte de los versos con la ambigüedad suficiente para saber que se trata de un algo más.
En el Diccionario de símbolos del poeta y mitólogo español Juan Eduardo Cirlot, nos encontramos con la ballena. Si bien es un tópico que puede verse desde Jonás (otra vez la Biblia) hasta esa búsqueda incesante que representa Moby Dick, quise ver qué decía este diccionario: Mundo, cuerpo, sepulcro (…) comprende la existencia cósmica por encontrarse en la intersección de los círculos del cielo y de la tierra. Se revela entonces un profundo misticismo. Vamos, entonces, al poema “Ballena”:
BALLENA
Me perdí
en el estómago vacío
de una ballena
y descubrí que estaba muerta.
Las paredes pegajosas
que gustaba visitar
rompieron su cáscara,
me invitaron a oír
un silencio de piel seca.
Entre dientes rotos
baila una voz querida.
Me habla de libros
de películas que no ví
y se desgrana sobre la lengua
un Atlas de heridas
bulle abierta
la rabia del silencio
Quirón en el éter
la cuida con sal.
Camino
entre las costillas enormes
de esta ballena vieja.
Como un Panteón romano
se elevan
memorias de adrenalinas gloriosas
se expanden
sus barbas quebradas
una bestia dormida en la muerte
una bestia devenida
en monumento de piedra.
Tanto cuerpo
desierto
que escurre
su tiempo de arena.
¿Dónde habrá quedado
la humedad del canto
cuando esta ballena murió?
Me recuesto en la superficie mullida
puedo hacer castillos y pozos
con su polvo
puedo interpretar
el oráculo matemático
que pronosticó kilómetros de vida
a esta ballena encallada
que hoy
dejó descansar sus carnes
al abrazo del viento.
Bajo los cielos australes
sin nubes ni estrellas
yace mi cuerpo
una tumba
que aparece y desaparece
en la orilla
con cada nueva ondulación del mar.
Las algas dibujan flores
siempre
cubren el animal que habito
con su manto mortuorio.
La figura de Atlas, el gigante que soporta sobre sí el peso del mundo, se identifica con la voz del poema, en conexión con el aspecto mortuorio que se quiere tratar.
Asimismo, como una consecuencia lógica de esa contemplación del adentro y del afuera (por ejemplo, el poema “espejos”: una niña enferma grita adentro mío/ señala un espejo negro:/ no alcanza el agua en el mundo como muestra de esa “contemplación interna” y el poema Silencios: el sol languidece hacia el suelo/ su velluda voz amarilla/ no habla como contemplación del afuera) entramos, ya de lleno, en el espacio místico y onírico, en vinculación con lo cósmico.
CRUZ DEL SUR
Constelaciones del océano,
¿cuál de ustedes
es mi cruz del sur?
Los peces se doblan
en la penumbra
como cristales preciosos de la luna.
Adentro de las profundidades
habitan seres oscuros
flexibles como una ola
frutos de estrellas
que buscan
asir el cielo
esporas de la noche
luces de aletas frías.
(…)
El mar, las constelaciones, la estrella, la luna, lugares en donde no existe el tiempo, la penumbra… uno podría enumerar y enumerar los elementos que apuntan hacia ese sitio en donde el espíritu pertenece a lo más elevado y trascendente, el yo saliendo de sí mismo para fundirse con el todo (los huesos de todo lo que existe) sin abandonar el espacio mitológico dado por las sirenas. Lo lírico no es dejado de lado en ningún momento, sino que se hace parte de ese ambiente y utiliza sus elementos para expresarse: mi deseo se escama.
En el poema Hélix aparece aquel “coqueteo con el surrealismo”, consecuencia lógica si entendemos los espacios oníricos que la contemplación mística nos depara: El ojo que te mira/ es sólo un gato. Sin embargo, también existe un espacio para la imagen de lo cotidiano; en el poema “En el mundo”, del cual toma título el libro, leemos: Ningún perro ladra en la puerta/ ni hay campanas llamando ángeles/ en el balcón. Una muestra de la convivencia entre dos mundos dispares: el de lo metafísico y lo coloquial, el de lo hablado, sin caer (ni mucho, mucho menos) en una poesía meramente descriptiva, anecdótica y llana (que tanto se ve entre mi generación hoy día). Más bien, lo coloquial son “gotas de realidad” que se fusionan con ese suprarrealismo, impregnándolo de un matiz absolutamente existencial.
EN EL MUNDO
No está el niño
ni su juego en la mesa.
No avanza el perfume
de ninguna olla
ni los dedos maridan
la saliva, el sudor
con ningún pan
con ningún jugo de falsa fruta.
En el mundo
la muerte ya no se hace vida
en la boca
de nadie.
Ningún perro ladra en la puerta
ni hay campanas llamando ángeles
en el balcón.
En el mundo
no quedan flores
ni pétalos abiertos
ni manos que pidan limosna
a la luz.
Las máquinas
no ronronean apagadas
las abejas
no cristalizan el zumbido
en la densidad
de ninguna miel.
En el mundo nada está cansado
porque nada trabaja.
No quedó noche
para pedirle palabras.
No quedó sol
para expandir la tierra
ni ríos
que acerquen su cauce
a la sed.
No hay tren en el mapa
que derrame su gente
como una vena rota
ni carbón ni diamante
no hay abono
donde germine la sangre
ni luna llena
que tiemble en el agua.
En el mundo
ya no hay nada
no hay muertos
para teñir la tierra de colores
no hay huesos
que el tiempo trate
como polvo de estrellas
no hay torres en llamas
ni diablos ni grandes sacerdotisas
en el mundo
ya
no hay nada
de nada
salvo
la sombra
la nube de polvo
el viento.
La imagen de lo cotidiano será anuncio para la segunda parte: “Escrito en flor de loto”, con todo el peso místico que la llamada “loto sagrado” contiene. Comienza: A metros de las montañas nevadas/ un perro suelta un palito/ para que lo arroje. Luego se mezclará con el hilo anterior: Venus en el cielo, retomando así el mito en medio de una contemplación netamente cotidiana.
Una simple descripción de un juego con un perro podrá tornarse en una reflexión sobre el tiempo: porque, al fin y al cabo (cito) la rama no es la rama sino el pacto de eterno retorno. Siendo este último uno de los tópicos de la filosofía oriental y de los estoicos.
Ya para terminar, en las últimas páginas de Salvo la sombra, encontramos poemas cortos a modo del haiku o tanka japonés. Quizás, en mi apreciación, una forma de unir a oriente y a occidente en los mismos versos sin abandonar los tópicos anteriores. Leemos: un sol come sus hijos en referencia al mito de Cronos, dios del tiempo, y al nacimiento de Zeus.
Es en esta sección del libro en donde decanta esa fuerza contemplativa que viene anunciándose a lo largo de toda la obra. El adentro y el afuera conviven de una manera casi expresa: arde/un cuerpo se incendia/ desde adentro/ y aún florecen nubes en el cielo/ aún ofrecen ceniza a las abejas.
Al fin y al cabo, en Salvo la sombra encontramos un primer libro de una autora que apenas supera los treinta años adentrándose en el terreno de lo místico, lo simbólico y lo onírico de una forma novedosa, pasando por la imagen más coloquial hasta lo más metafórico. Salvo la sombra nos ofrece una reflexión sobre lo existencial, abordando con firmeza la fibra más íntima del Ser, conectando la voz del poema a nuestro yo que transcurre por las páginas pudiendo experimentar el enorme y contundente lirismo desplegado.
* Agustín Mazzini (Buenos Aires, 1993) ha publicado los poemarios El ciervo blanco (sobre el artista y su oficio) (Aguacero Ediciones, Argentina, 2021, poesía) -Premio Nacional Homenaje a Jorge Luis Borges de la Fundación ProArte-, El cielo no termina de quemarse (suri porfiado, Argentina, 2017, poesía) -Premio Nacional “Bustriazo Ortiz” Para Jóvenes Poetas-, Poemas de Rue Parthenais (Editorial Difácil, España, 2021, poesía) - XIX Premio Internacional de Poesía Joven “Martín García Ramos”- y El nombre de todos los desiertos (Aguacero Ediciones, Argentina, 2021, poesía). Finalista del I Premio Hispanoamericano de Poesía “Francisco Ruíz Udiel”, fue becado por el Ministerio de Cultura argentino en convenio con el Conseil des Artts et des Lettres du Québec para una residencia de creación en la ciudad de Montreal. Condujo el programa online de poesía “Puentes de papel”. Ha ofrecido conferencias entre la que se destaca “La poesía argentina del siglo XX. Algunas de sus voces, corrientes y movimientos” en la Université du Québec à Montréal, participado de festivales nacionales e internacionales como el Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México y publicado notas y reseñas sobre literatura, filosofía y cine.