26 Abr 2024

78. POESÍA COLOMBIANA. HELLMAN PARDO

-10 Oct 2020

 

LUZ SOLAR

 

No tengo grandes noches

de cerezas, de uvas,

de pasos sin camino

como ausencia de aguacero.

No soy el abrazo de una madre

con dolor en la raíz sin vientre

o la delgada garza

que bebe espacios en agua amarga.

No tengo sombra, o manos que sostengan

tanto anochecer al día.

No tengo grandes noches

de pueblos fantasmas

con forajidos en sus calles muriéndose de pena.

No soy el que necesita el mundo.

 

 

MONÓLOGO DE JOAQUÍN RONDEROS

 

En el pabellón de cancerosos

alguien grita

y nadie asiste.

 

La enfermera anda cabizbaja

buscando unos ojos compasivos,

un cuerpo que advierta su existencia inmaculada.

 

El anestesiólogo es un hombre cansado

de cargar en los huesos la pequeña muerte de Dios.

 

Duerme el abandono,

el día blanco.

Los párpados callan, las lágrimas callan.

 

A lo lejos del pabellón,

                                                            cerca de mí,

el pétreo fragor de los truenos.

 

 

LA ESCRITURA INVISIBLE

 

Nosotros,

único estruendo posible

en el tímpano de Dios.

 

 

THELONIUS MONK

 

En la tarde en que los paraguas relamieron la humedad de Catalpa,

un forastero visitó la posada de Lorenzo Cercas.

 

Decía llamarse Thelonius Monk.

 

Pasaba por allí buscando estribillos de guerra,

viejas partituras de algún pájaro hechicero.

           

Sostenía

un clavicémbalo en cuya asonancia

se empozaba el aire con fugacidad.

 

Alguna vez,

en la plaza Isaura,

tres ejes estallaron de improviso.

 

Sin conmoverse,

Thelonius extrajo de su sombrero las llaves del desamparo

y ajustó los ejes

que ya pendían de un tallo de olivo.

 

La música es hija de la fatalidad,

dijo,

y continuó pulsando las clavijas.

 

 

SOBRE PÁJAROS, ÁRBOLES Y SOMBRAS

 

En un festival de poesía

de cuyo nombre no quiero acordarme

le mencionaba a Balam Rodrigo

que desde el siglo de las colonias

la poesía está infestada de pájaros, árboles y sombras.

— ¿Cómo no cantarles a los pájaros?, me dijo.

 

Sobre los pájaros escribió Prévert que

Para hacer el retrato de un pájaro

primero debe pintarse la jaula con la puerta abierta

y segundo esconderse a la sombra de un árbol

 hasta que llegue el pájaro;

lo tercero ya no lo recuerdo

pero sí recuerdo que hablaba

sobre la arquitectura del árbol

o de todos los árboles juntos,

o del viejo sicomoro donde Ann Sexton

recogía el tiempo antes de la asfixia,

o quizá en ese poema se leía que Novalis

pedía a gritos reencarnar en algún pájaro

 para volar dentro de sí mismo.

 

¿Qué decir entonces

 sobre los odiados espantapájaros?

Ya lo advertía el ornitólogo José Manuel Arango

En ellos se esconde la muerte

mientras el viajero se calza para el camino.

 

Árboles, pájaros, sombras.

 

Hablando de caminantes,

el maestro chino Hsu Ning, de la dinastía Peng,

transcribió en un pergamino perdido

en las murallas que

Ese árbol seco, sin hojas, nos ha visto envejecer.

Más sabio fue el poeta español Rafael Alberti

que vivió tanto como una secoya californiana

y trabajó un tiempo como aserrador

en el Puerto de Santa María,

cuando, al talar un árbol, confesaba

Como un niño, le he desenterrado de su cuna,

rotas las dulces piernas.

Cada noche vendré a cerrarle los ojos.

Mejor, digo yo, es cerrarle los ojos a Cósimo

en la novela “El barón rampante”

 de Italo Calvino,

porque el pobre Cósimo

suele aún quedarse dormido

 en los árboles de esas páginas

y no desciende de ellos porque

Abajo hay animales raros, como ratas de campo

y hombres.

 

Mejor, digo yo,

es escuchar las canciones húngaras

donde tiemblan los espinos solitarios.

 

Sombras, árboles, pájaros.

 

No hay poeta que no haya escrito

sobre la sombra.

Humberto Ak’abal decía que

Es una noche pequeña;

la austriaca Bachmann que

Es el agua en tierra extraña

y dentro de un agua extraña su sombra,

es decir, una sombra en una sombra;

lo único que quería tener en los bolsillos

Alda Merini

era el sonido de la sombra;

Musset decía de la sombra que

Solo existe por la luz;

sin embargo Jun’ichirō Tanizaki

es el dios de los escritores a la sombra

y de su elogio podríamos hablar

 otro siglo de las luces

 o un siglo más de las colonias

sin detenernos a pensar en su reflejo.

En un festival de poesía

de cuyo nombre no quiero acordarme

escribí el último pájaro,

el último árbol,

la última sombra.

 

Hellman Pardo nació en Bogotá, Colombia. Entre sus reconocimientos se encuentra el Premio de Poesía del Festival Internacional de Poesía de Medellín y el XIX Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, concedido en 2017. Sus libros más recientes: Reino de Peregrinaciones (2018); la antología He escrito todo mi desamparo (2019), y la novela Lecciones de violín para sonámbulas. Es editor de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida.

 



Compartir