05 Oct 2024

14. DAVID HEVIA ENTRE AFRODITA Y HELENA. FERNANDO ARABUENA

-16 Sep 2024
Entrevista

 

Entrevista a David Hevia,

autor de Afrodita y Helena

 

 

Por: Fernando Arabuena

 

 

 

Helios, el rey sol, da vuelta el mundo guiado por sus cuatro caballos que expulsan fuego. Así se configura el día y la noche con sus hermanos Selene, la Luna, y Eos, la Aurora.

Así comienza a rodar el universo donde lo humano se funde en un imaginario de dioses que responden a la misma proximidad, donde lo que existe “al ser representado” se comparte desde la mirada particular del autor, aunque más de una vez David Hevia niegue la autoría:

 

[Escritor:] Los dioses no existen, pero la pretensión de autoría sobre algo es una patraña aún peor.

 

David Hevia parece revelarnos un mundo donde los dioses convergen en las pulsaciones del hombre, donde el poeta recrea desde su voz el maravilloso espacio de lo simbólico.

 

[Coro:] Los poetas se han dado en muy distintas liras

a soñar y tañer con versos este mundo,

y lo que haremos es metamorfosearlo.

 

De esta manera, la “manzana de la discordia” del mito griego que ayer enfrentó a las diosas ahora parece ser ofrecida a los lectores, abriéndonos a una nueva forma de ver la realidad, donde el todo es más que la suma de las partes.

Entonces, ¿qué percibimos en el mito que nos trae a Afrodita y Helena? ¿Qué llega a nuestros sentidos para configurar la imagen que la realidad cultural nos condiciona? En este “movimiento aparente” en manos de las percepciones del autor, se nos revela una idea de lo femenino que prevalece a pesar de la invisibilización.

Y en este aparente movimiento de la percepción, así como ayer, el poeta sigue haciendo hablar a los dioses para que pueda emerger desde el fondo una nueva manera de ver la realidad; pero no sin dejar en claro que las voces son parte de una rebelión simbólica que busca seguir cambiando el mundo hacia lo humano.

 

[Afrodita:]  No son los dioses los que determinan la credibilidad de los poetas, sino los poetas los que determinan si los dioses existimos o no.

 

 


 

¿Desde qué parte de la historia escribe David Hevia?

Escribo desde el momento que me toca vivir, pues solo esa urgencia desdibuja los términos en que nos han enseñado a atomizar la realidad y fragmentarla en diversos tiempos. No podemos decir que algo pasará, salvo si hablamos desde tribunas fantasmagóricas, como la religión. Y no podemos decir que algo ha pasado, si, en rigor, todo aquello que se da por superado sigue esencialmente ocurriendo.

 

¿Qué te llevó a trabajar en Afrodita y Helena?

Tuve varias motivaciones. Por una parte, creo que el mito arcaico ha sido erróneamente abordado. Suele hablarse de la épica como de una obra de ensalzamiento de varones que van a la guerra; sin embargo, lo que queda expuesto allí es el egoísmo, el miedo, el engaño, la ambición desmedida y la muerte, que de bella tiene nada en el relato antiguo. No hay héroes allí que salgan airosos: en la Guerra de Troya ambos bandos sufrieron la tragedia. La literatura es un acto de resistencia, un ejercicio crítico, y como tal una de las cosas que nos quiere decir Homero es que durante una década la vida cotidiana en las polis siguió su curso en ausencia de los monarcas, y que el verdadero gobierno fue ejercido por las mujeres. También es la Ilíada la que introduce la asamblea en momentos cruciales, y como nos muestra la historia, esa institución cobra fuerza recién un siglo y medio después de concluida la redacción de dicha obra. Por otra parte, la idea de la injusticia aparece sin tapujos, y eso me llevó a reflexionar sobre cuánta vigencia tiene hoy, de manera que es a través de los personajes que en mi libro se va desmontando la mentira que nos tiene hoy inmersos en un sistema social aberrante. Y hay una tercera motivación que apela más a mi relación con la literatura. Empecé escribiendo narrativa, me zambullí después la poesía, que para mí es lo fundamental, y luego incorporé el ensayo. Pues bien, en Afrodita y Helena, así como se reúnen todos los tiempos, confluyen también en una misma pieza poesía, narrativa y ensayo.

 

Escuchar a dioses que parecen nuestras propias voces desde lo colectivo, ¿nos ofrecerá un mayor entendimiento de lo humano?

Estoy convencido de ello. En cuanto obra de la imaginación humana, los dioses reflejan de manera sintética el mundo que hemos construido. A propósito de la injusticia de la que hablaba recién, tómese nota, por ejemplo, de cómo la misma jerarquía impuesta entre las divinidades en el Olimpo tiene en la realidad su correlato en la horrorosa e inaceptable sociedad de clases en la que vivimos hasta ahora. En el ámbito del individuo ocurre algo semejante. Yo pongo a conversar a Afrodita con Helena del único modo en que realmente pueden hacerlo: se va comprendiendo que aquella es el espejo en el que esta habla consigo misma, y eso no es un detalle en una sociedad que sigue hoy escribiendo su historia a partir de la invisibilización de la mujer, que es una de las formas en que se expresa, desde la Antigüedad hasta el presente, la invisibilización de la masa esclava que somos la inmensa mayoría. En esa exploración del revés de la trama, Afrodita es, a la vez que deseo, cuerpo.

 

Este diálogo metonímico que acusas requiere muchas lecturas, y en cada una invita a ver algo de manera diferente. ¿Nos puedes dar claves generales de tu libro?

Siempre se habla del Juicio de Paris, del momento en que el príncipe troyano supuestamente delibera en torno a si es Hera, Atenea o Afrodita la más bella. Esta obra, en cambio, comienza con las diosas dialogando entre ellas. Aquí es esencial saber que Hera es la diosa del matrimonio y, por lo tanto, de la propiedad y del celo; que Atenea es la diosa de la estrategia en la guerra y de la inteligencia, y que Afrodita es la diosa del amor carnal. Es a partir de allí que esta última hará ver a sus pares que el presunto juez de ellas no es tal, que la belleza es por sí misma, no porque alguien dirima. El príncipe es, simplemente, esclavo de un ritual que debe cumplir. Paris está condenado a decir la verdad, y así como es verdad que Afrodita es la más bella independientemente de la opinión del jerarca, así también la diosa, Helena y otros personajes se encargarán de dilucidar otras tantas realidades latentes en el mito, situando en un mismo plano el deseo carnal y el deseo de transformación social. Por ello la obra se vale deliberadamente de todos los tiempos, no solo respecto de lo que sucede, sino también en la forma de decirlo en cada momento: prosa contemporánea, verso arcaico, verso medieval. Con el mismo afán, el lector verá a distintos personajes parafraseando a grandes personalidades de la historia. En esa línea, en la idea de situar todo en un mismo plano, es decir, en el planteamiento de un dibujo desatomizador de la realidad, el proceso metonímico al que te refieres es clave en el libro, y así como Afrodita es el deseo de Helena, así también hay un momento muy tenso y relevante en que el escritor de la obra interrumpe e irrumpe, desdibujando toda frontera posible entre ese rol y su condición de personaje, al punto de que convence a sus interlocutores de que él no es ni podría ser autor, y que el concepto mismo es una patraña.

 

Como conocedor del griego arcaico y su mitología, ¿puedes negar la autoría de una obra que hace hablar a los dioses?

Es muy importante tu pregunta, porque el concepto de autor apela precisamente a la noción de propiedad, de una obra en este caso, pero de propiedad al fin y al cabo. Y no es posible ser dueño de una obra, salvo en la ficción jurídica que busca normar el mundo. ¿Cómo podría ser de alguien un escrito que se ha valido, en su composición, de cada diálogo, de cada conocimiento que le precede, además de las herramientas materiales que la condicionan? En la obra, la aparición del Escritor en cuanto personaje es breve, pero suficiente para enrostrar a Homero el silencio que guarda sobre el nombre de los otros aedos que han participado en la composición de la obra que reclama para sí, o el nombre de aquellos a quienes debe el concepto de armonía que él traduce a ritmo y métrica, etcétera. La guerra, de la cual es reflejo Atenea, no hubiese existido nunca de no ser por la aparición de la propiedad, representada por Hera. Y también la propiedad pudo no existir nunca en la historia. Pero el deseo carnal, del cual es imagen Afrodita, es aquello sin lo cual la humanidad misma no existiría. El mundo antiguo retratado por el mito ya constituye una sociedad represora, pero no tanto como lo es en la sociedad contemporánea. Todos sabemos el sistema penal que se deja caer hoy sobre Helena si dice la verdad aunque sea a través de Afrodita. Y lo que yo quiero es que Helena diga todo y que lo haga por sí misma.

 

 


 

MESTER DE ARQUERÍA

 

Cada vez que el hambre deviene saetas,

puede el animal arquear a un hombre.

Vestido de bosque, del río discípulo,

el joven flechero se introduce al árbol

calzando sus dedos en siglos de anillos

si la astilla ensaya, para desangrarse,

el modo de unir a animal y hombre.

 

Letrado preámbulo de compás a tiro:

Herida la fiera, hereda la cuerda

el taller de dardos, su tañer sombrío,

tendones veloces que arroja la fuga

con la empuñadura en el hambre pétrea...

... Y hace el animal mejor puntería

en la muda boca cuando arriba al hombre

que la terca mano acechando al bosque.

 

Vestido de fiera, el joven flechero

introduce siglos calzando en el río

saetas y anillos, para desangrarse

y arrimarse al grito que astilla otra boca,

que ensaya en los dedos el modo de unir

la herida que hereda y la fuga pétrea

en la inmensidad de cada animal,

en la soledad del bosque y del hombre.

 

 

PRINCESA AMARANTO

 

Esta mujer es el lugar.

Cuando el sol se parece al sol

y la aurora instala su furia,

las rubias cuerdas de su voz

nos arrojan la cinta hendida

que enuncia el nombre de la luz

y oscila al viento frente al pacto

de tanto ver tendida entre ambos

la intuición de los transeúntes.

 

Hasta aquí nada se presagia

y en este turno con la luna

vuelve la marea a los labios,

como la altura hasta la nube,

la música al cuerpo, a la musa,

y la musa a los senos de ella.

.

Esta mujer es el lugar.

El cerco arremete y emplaza

erguido en columna arbórea.

Ya sé que la belleza existe,

pero, en fin, ¡para qué saberlo!

Despojada de teoría,

que el día empiece acariciándola.

Porque el sol se mira en la luna,

la luna tiembla en esos ojos

que van deslizando la noche

hasta avanzada la mañana.

.

Habrá que imaginar la luz.

Izar en su estocada oscura

las facultades más esquivas,

reprochar este oficio al sueño,

robar a la espiga su técnica,

anclar la espuma entre los pétalos

y desenfundar cada beso,

pues es verdad que ella no vuelve:

quien zarpó de nuevo fue el puerto,

que, de tantas cuentas pendientes

con la plástica de la bruma,

vino a amasar el sol de noche

para conferir a la luna

el rojo día de su canto.

 

 

CÁRCEL DE MUJERES

 

Y tú me preguntas

Cómo es esto de venir

A enseñar en las celdas.

Yo te contesto de prisa,

antes que el guardia me vea,

pero sobre todo para que tú veas

que lo más triste aquí

no está

en el egoísmo

de la luz natural

ni de la luz artificial.

Tampoco en el disparo reumático

de las regaderas,

ni en los guantes de goma

haciendo su redada en las vaginas,

ni en el sarcasmo uniformado

apuntando a las vaginas,

ni en el gas pimienta

entrando en las vaginas,

ni en las monjas implorando

para que no existan las vaginas.

 

Hasta la soledad estuvo

antes de llegar aquí.

La pobreza estuvo

antes de llegar aquí.

La pobreza estuvo

con todos sus moretones.

La pobreza estuvo

con todos sus hijos,

aunque aquí

todo se reúne en un segundo

insoportablemente lento.

En un segundo

los dueños del mundo

arman su laboratorio,

su fábrica de la pobreza,

del porvenir de la pobreza,

tan moderna y masificada

que no necesita barrotes.

 

Y las compañeras

no tienen acá

cómo decirte,

cómo avisarte,

cómo explicarte

que en lugar

de conmiserarte con ellas

entiendas que lo triste

es cuánto se parece

la cárcel a la escuela

donde enseñas,

o al enorme templo votivo

donde se manipula

y se manufactura el futuro:

el cerco de púas

crece frondoso

en las grandes avenidas.

 

Acá ocurren otras cosas.

Acá llegan los cuchillos,

pero especialmente

―si acaso es distinto―

llegan funcionarios públicos

a inaugurar bibliotecas

con libros de autores

que no trabajan en la cárcel,

pero que en el fondo

comen de la cárcel.

Acá hay buenos libros;

todos sin leer,

igual que allá afuera,

solo que ese afuera

no está muy afuera

y cada vez es menos grande.

 

Entonces enseñar acá

es compartir

un secreto hermoso

que las compañeras

hacen crecer en las vaginas

para hacer estallar el mundo.

Acá no hay gente

mirando el techo.

Los parientes toman distancia.

La prensa toma fotografías.

El fiscal toma pruebas.

Las gendarmes toman represalias.

El médico toma medidas

para que las presas tomen calmantes.

El perito toma muestras

después de cada suicidio.

La contraloría toma razón

y tú todavía no tomas partido.

 

 

EL LUGAR DEL AGUA

 

Una estrella no tan fugaz

extravió su razón de oráculo

y, envuelta en párpados la noche,

descendió para dar altura

al canto que recorre nombres

alfombrando uno y otro otoño

con la empuñadura del árbol.

 

De nada le sirvió batirse,

porque retuvo la luciérnaga

su intermitente magisterio

y no perdió la voz el grillo

al oír que alguien pretendía

la sabiduría del salto.

 

Vencido el fogonazo pálido

por la chispa de la madera,

se precipitó en las raíces

su tan aplaudida agonía,

por vocación rival del agua

signataria de los acuerdos

que facultaron a la brisa

para dar aliento a los besos.

 

Se propuso imitar, al menos,

todo lo que envidian los dioses:

el color de la marejada,

la partitura de los pájaros,

la guardia que dispuso el bosque

para cerrar el paso al tiempo;

el circunloquio de la aréola,

urgente mapa de los mundos,

turgente napa en lo profundo,

moreno destello que augura

la trayectoria de las bocas.

 

 

LAS PALABRAS QUE SIGUEN

 

Las palabras que siguen ya estaban sin decirlas,

y ahora que el reloj ajusta ante un espejo

los últimos retratos previstos por el cuerpo,

remontan sus pinceles la sucesión escrita

en cada manecilla que torna al hombre en vástago.

 

Voy del retoño al árbol olvidando el vocablo.

Con ayuda del aire y su emplumada escuela

arribo al balbuceo donde exhalan las nubes

su nacionalidad vertida en nobles charcos.

 

Para encontrarte en ellos hoy yo te desheredo;

que sin pedir más voz a la que anuncia al sol,

el alba sea el albacea

de las jornadas que recogiste.

 

Te dejo cada beso, resultado de ti:

una ciudadanía requisada temprano,

el nombre de las flores que van acompañándonos

o, si así lo prefieres, las palabras que siguen.

 

 


David Hevia (Chile,1971). Poeta y ensayista con estudios de posgrado en Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y Universidad de Santiago. Fue presidente de la Sociedad de Escritoras y Escritores de Chile. Es autor de los poemarios Historia de la desnudez (2011); Anoche el día (2015) y La canción del amor (2018), entre otras obras. Afrodita y Helena (2023) es su último libro. Ha obtenido el primer lugar en los certámenes Artecien (1990), Juegos Florales de Valparaíso (1991), Juegos Florales de Santiago (1992), Safo (2011), Medalla Bicentenario, conferida en 2016 por la Academia de Letras por su aporte al desarrollo cultural, Juegos Florales de Bruselas (2017), Premio al Patrimonio Literario y Cultural de Chile (2022) y Premio Ateneo (2024).

 



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