20 Abr 2024

15. AUDOMARO HIDALGO. SOBRE CÉSAR VALLEJO

-07 Nov 2020

 

El romanticismo en la poesía castellana

o el primer César Vallejo

 

 por Audomaro Hidalgo

 

   Casi fatalmente, en cualquier idioma, el poeta hereda una tradición. Ésta representa un horizonte vital y estético, pero es también la posibilidad que tenemos de ser plenamente. Para los poetas que hemos nacido en la América hispana, nuestra verdadera tradición la constituye, por cuestiones históricas, lingüísticas, sociales y culturales evidentes, la literatura española, sobre todo y principalmente la que se escribe del XV al XVII. Esa es nuestra primera fuente inagotable. Ningún poeta que escriba usando la vasta lengua castellana puede darle la espalda a este hecho. Hasta el siglo XVII español encontramos escritores, en el más consumado sentido de la expresión, dueños de la lengua y por eso mismo creadores de nuevos medios expresivos. Pero ninguno de ellos, Cervantes, Calderón, Lope de Vega, Góngora, Quevedo o Saavedra Fajardo, posee una dimensión crítica. Esta herramienta es la que pondera César Vallejo al inicio de El romanticismo en la poesía castellana y es a la que llama: “el mejor instrumento con el que en nuestro tiempo se registran científicamente las diversas manifestaciones del arte bello”.

     En esta tesis académica, presentada en la Universidad de la Libertad, el año 1915, el joven César Vallejo pretende trazar “la génesis de la escuela romántica” española. El poeta peruano atribuye a tres condiciones el haber hecho posible, en España, el asentamiento de esta nueva literatura: la raza, la naturaleza y la sociedad: “La península española, por su situación geográfica, es desde todo punto favorable para las creaciones artísticas. Pocos pueblos entre los que están situados en tierras europeas, pueden encerrar en sí una fuente tan copiosa e intensa de inspiración. Solo sería comparable con las maravillosas regiones del Oriente y Asia”. Y más adelante: “el medio ambiente natural de España con su belleza exuberante, como es de suponer, ejerce su más directa influencia en la imaginación”.  

    Según Vallejo, las características del “temperamento lírico del romanticismo castellano” son la belleza formal, su afecto a las líneas robustas, las proporciones grandiosas y los colores fuertes: “El idealismo de Don Quijote enlutado por el negro pesimismo de Espronceda: una poesía en que los ideales se buscan no ya con la serenidad del corazón sano, condición importante para las especulaciones ontológicas, sino con las alas de la imaginación ardiente, dócil instrumento de las fuerzas emotivas. Por último, no debemos olvidar sobre todo esto, la facilidad con que acepta el espíritu español el advenimiento de nuevos sistemas que no se opongan a sus caracteres de raza, facilidad que permitió a la escuela romántica su generación y desarrollo”.

     La línea que César Vallejo traza de los poetas más emblemáticos del romanticismo castellano es muy delgada. La razón es sencilla: este movimiento no produjo, ni en España ni en América, una figura del tamaño de los poetas románticos alemanes e ingleses. Vallejo destaca como figuras emblemáticas de este periodo a Zorrilla, Espronceda, Heredia y Gertrudis Gómez de Avellaneda. Lo curioso es que no menciona a Bécquer ni a Rosalía de Castro, que acaso sean los dos únicos poetas plenamente románticos de nuestra literatura. En cambio, Vallejo ve en Espronceda la figura más alta del romanticismo español: “en él se cumple de una manera amplia y definitiva la doctrina romántica”. En el fondo, al reflexionar sobre la génesis y desarrollo que tuvo el romanticismo en España, Vallejo busca también su  origen y su lugar dentro de la poesía española, desea explicarse y conocerse a sí mismo en tanto poeta que ha heredado la lengua castellana.

     Leyendo este librito intuimos que sus fuentes son escasas, se tratan en su mayoría de textos hispánicos y de autores españoles, él mismo declara lo difícil que era tener acceso a los libros en su ciudad natal. En el último capítulo (“Poetas románticos peruanos”) afirma: “hemos sentido profundas emociones siempre que los hemos leído; y muchas veces hemos tenido el propósito de hacer un estudio (…) especial y detenido, pero la imposibilidad de conseguir todas sus poesías nos lo ha privado”. No es difícil imaginar que en el Perú de principios del siglo pasado, y más aún en Trujillo, conseguir libros representaba un desafío casi heroico. Esto nos ayudaría a comprender por qué en el catálogo de Vallejo no figuran los nombres de Blake, Keats, Wordsworth, Coleridge y Holderlin. Sin embargo, Vallejo cree que “los literatos que más han influido para la producción del Romanticismo en España, han sido Shakespeare, Milton, Lord Byron y Walter Scott”. Al mismo tiempo, considera que la aportación de la literatura alemana a la española se encuentra en “el pensamiento sereno, el vuelo metafísico, las interrogaciones al infinito y el soplo de cristianismo (…) junto con el idealismo, las nebulosidades del Norte y el sincero sentimiento de la limitación de la vida”.

    Para César Vallejo el romanticismo tiene un final: “El romanticismo francés de Victor Hugo (…) vino más tarde a dar origen al sentido objetivo y al naturalismo, en que acabó la escuela romántica”. Es obvio que este juicio carece de perspectiva histórica. En 1915 poco o nada sabía Vallejo de lo que acontecía y lo que sucedería poco después con las vanguardias europeas. Isaiah Berlin y Rudiger Safranski han mostrado ya que el romanticismo no termina en un año y una fecha determinados, porque se trata de una actitud espiritual y de una visión de la realidad siempre está latente. El romanticismo encontró su continuidad y su metáfora en el surrealismo. Ambos movimientos ponderaron a sus precursores y guías: para los románticos alemanes e ingleses fue el español Calderón de la Barca; para los surrealistas franceses fue el entonces recién descubierto Lautréamont y el temible Rimbaud. 

    El tema del libro de Vallejo es la necesidad de aliar el ejercicio crítico con la búsqueda poética: “hasta antes de la revolución romántica no ha habido verdadera sanción en materia literaria”. Vallejo olvidó o quizá ignoró unos cuantos antecedentes: la Poética de Aristóteles, el Arte Poética de Horacio, la “Defensa de la Poesía” de Shelley, el prólogo a Las baladas líricas de Wordsworth y la Biographia literaria de Coleridge. El romanticismo hizo posible la crítica dentro de la poesía, a partir de este movimiento la conciencia reflexiva se alía al canto, lo que va a permitir más adelante, por ejemplo, la obra de Baudelaire y Mallarmé.

     El espíritu crítico de César Vallejo no se consumó en un desarrollado sistema de ideas, pero es uno de los primeros poetas de nuestra lengua en darse cuenta de la importancia de la crítica y de los vínculos directos que guarda ésta con la poesía. La disyuntiva entre el crítico y el poeta crítico (“atribuir a la crítica contemporánea esta elevada misión integrativa y de mejora”) comentada al inicio de su disertación, Vallejo la va a resolver unos años más tarde en el ejercicio mismo de la poesía, al alcanzar su punto álgido en Trilce, testimonio de un poeta que ha adquirido conciencia de las imposibilidades que implica todo decir poético. De Los heraldos negros (1919) a Trilce (1922) hay un evidente cambio de actitud frente al lenguaje. El romanticismo en la poesía castellana es un texto vivo porque es uno de los primeros esfuerzos críticos por comprender el movimiento romántico, así sea en su vertiente española. Esto mismo lo convierte en un antecedente directo de “Los signos en rotación” (1965) y de Los hijos del limo (1974).  

 

Audomaro Hidalgo nació en Villahermosa, Tabasco, en 1983. Es poeta, ensayista y traductor mexicano. Ha publicado El fuego de las noches (2012). Estudió Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, Argentina, así como una maestría en Letras en la Universidad du Havre, en Francia, país en donde reside desde hace tres años. Poemas suyos han sido publicados al inglés y al francés. 

    

 

 



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