19 Abr 2024

20. MIGUEL ÁNGEL ZAPATA. JOSÉ WATANABE

-17 Ene 2021

 

POESÍA DESDE EL CORAZÓN, Y SIN MIEDO

José Watanabe

(Perú, 1946-2007)

 

Por Miguel Ángel Zapata

 

De la poesía de José Watanabe siempre me atrajo esa compleja transparencia, tan difícil de lograr hoy en día cuando abundan tantos poemas que no tienen sentido o no quieren tener sentido. Con tanta poesía que le sonríe al sinsentido pensando que así se logra la profundidad, la dureza del diamante, pero lo que consiguen es un fraseo sin vida. Los poemas de Watanabe son una casa abierta, y su desierto será en poco tiempo el nuestro, y nos seguiremos conmoviendo con sus lagunas y su cielo.

Watanabe pertenece a la llamada “Generación del setenta” en el Perú. En esa generación de poetas figuran voces notables como la de Carmen Ollé, Enrique Verástegui y Jorge Pimentel. Watanabe nació en Trujillo, y muchos de sus poemas tienen una estrecha relación con el del desierto de Olmos y todas las maravillas que ese mar pardo ofrece a los videntes. En su poesía también está presente esa frecuencia rítmica del mar, los peces y el mundo secreto. Como en Vallejo-pero con nuevos ingredientes- sus temas circundan el entorno de la casa y la familia. Watanabe siente el arte de la poesía como una necesidad absoluta de hacer brotar los elementos cotidianos en el poema, así se sobrevive: nombrando y renaciendo.

La poesía de Watanabe quedará como quedará la poesía del mexicano Francisco Cervantes, porque estos poetas caminaron su desierto callados, mirando el cielo que les escribía, sintiendo la sombra de sus propios árboles. Nunca dijeron que habían descubierto el silabeo perfecto, ni tampoco su jactancia era tan descontrolada como algunos poetas que piensan que el parnaso es su alfombra favorita, y, además, que ya vuelan sobre ella.

Watanabe permanece porque su poesía se ubica dentro de una visualización de materias móviles, y determina la belleza del bosque umbrío, la metáfora descubriendo a sus lectores el espacio afectivo de la interiorización de las cosas. Hay una propuesta de Gastón Bachelard que se cumple en la poética de Watanabe: se trata de un intercambio de intimidad- de materia- del sujeto y del objeto. Así, la arcilla, la arena, el arenal del desierto de Olmos es la materia fundadora del ser, y el bosque, dentro de su tenacidad misma, es el punto en que borra la oposición de la materia a la luz. Desde la serenidad del arenal, en el que irrumpe la metáfora de la lagartija, sus poemas muestran el reposo y el movimiento de objetos imantados ante la presencia inexorable del eterno retorno.

El eterno retorno, hipótesis bosquejada por el pitagórico Eudemo, ofrece esta vez al poeta contemporáneo una renovación incesante, un perpetuo deslumbramiento. Los seres y los objetos vuelven a cobrar vida, resurgiendo en las imágenes-ventanas, desde donde también ingresa a la naturaleza una flor crecida, la primavera y el limonero. Estos elementos habitan en sus mejores libros: la mantis religiosa, el árbol y la aldea contemplada, el pino caído, el amor y la muerte vuelven con extraordinaria síntesis a poblar la poesía creando una unidad sorprendente.

En la poesía de Watanabe hay muchas casas, espacios y olores: la hermana picando el perejil, un olor de comida y de viento fuerte que llega a conmovernos como pocos poetas de hoy. El poema puede surgir en la sala o en el jardín, en el interior o el exterior, siempre desde el límite de Jano, desde el umbral donde coinciden lo familiar y lo desconocido. Ahí se siente el intercambio de la verdadera intimidad. En su poesía siempre habla el corazón, el afecto por un lenguaje que no lo intimida la aridez, sino la vida.

           

Selección de poemas de José Watanabe 

 

IMITACIÓN DE MATSUO BASHO

 

Fuimos rebeldes audaces. Yo la convencí de la nueva moral que ni aún yo tenía, y huimos sin ceremonia ni consentimiento. Ella trepó ágilmente a la grupa de mi caballo y así cabalgamos hasta las primeras estribaciones de la sierra. Bordeábamos los poblados y con ramas desgajadas íbamos cubriendo nuestras huellas. Nos detuvimos en una aldea cuyo nombre alude a la contemplada limpidez del río que la atraviesa.

Había clara luz de la tarde cuando el posadero nos abrió la pesada puerta de palo. A pesar de reconocer en él a un hombre sin suspicacias, le mentimos nuestros nombres. Le encargué una buena habitación para nosotros y cuidados para nuestro caballo. Ella, azorada y hambrienta, mordía a mi lado una manzana.

El cuarto era blanco y olía a resinas de eucalipto. Aunque ofrecido con excesiva modestia por el posadero, allí hallamos seguridad. Desde el pie de nuestra ventana los trigales ascendían hasta las faldas riscosas donde pastaban los animales del monte. Las cabras se perseguían con alegre lascivia y se emparejaban equilibrando peligrosamente sobre las agujas rocosas. Ella cerró la ventana y yo empecé por desatar su largo cabello.

Fuimos rebeldes y audaces. Sin embargo, ahora nos perdonan nuestras familias y nos perdonamos nosotros mismos. Nuestro hogar ha sido tardíamente consagrado. Eso es todo. Nunca traicioné otras grandes verdades porque quizá no las tuve, excepto el amor que me hizo edificar una casa, excepto el amor que nunca debió edificar una casa.

A veces pienso cabalgar nuevamente hasta esa posada y colgar en su puerta estos versos:

En la cima del risco

retozan el cabrío y su cabra

Abajo, el abismo.

 

El envío

 

Una delgada columna de sangre desciende desde una bolsa de polietileno hasta la vena mayor de mi mano. ¿Qué otro corazón la impulsaba antes, qué otro corazón más vigoroso y espléndido que el mío, lento y trémulo? Esta sangre que me reconforta es anónima. Puede ser de cualquiera. Yo voy (o iba) para misántropo y no quiero una deuda sospechada en todos los hombres. ¿Cuál es el nombre de mi dador? A ese solo y preciso hombre le debo agradecimiento. Sin embargo, la sangre que está entrando en mi cuerpo me corrige. Habla, sin retórica, de una fraternidad más vasta. Dice que viene de parte de todos, que la reciba como un envío de la especie.

 

 

EL GUARDIÁN DEL HIELO

 

Y coincidimos en el terral

el heladero con su carretilla averiada

y yo

que corría tras los pájaros huidos del fuego

de la zafra.

También coincidió el sol.

En esa situación cómo negarse a un favor llano:

el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

 

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…

 

El hielo empezó a derretirse

bajo mi sombra, tan desesperada

como inútil.

Diluyéndose

dibujaba seres esbeltos y primordiales

que sólo un instante tenían firmeza

de cristal de cuarzo

y enseguida eran formas puras

como de montaña o planeta

que se devasta.

 

No se puede amar lo que tan rápido fuga.

Ama rápido, me dijo el sol.

y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,

a cumplir con la vida:

yo soy el guardián del hielo.

 

 

José Watanabe (Laredo, Trujillo, 1946 – Lima, 2007) Publicó su primer libro, Álbum de familia, en 1971 que mereció el premio Poeta Joven del Perú. Su segundo libro, El huso de la palabra (1989), fue considerado por la crítica nacional como el poemario más importante de la década de los ochenta. Además, publicó los poemarios Historia natural en 1994, Cosas del cuerpo en 1999, Habitó entre nosotros en 2002, La piedra alada en 2005 y Banderas detrás de la niebla en 2006. También escribió guiones de cine para varias películas como “Maruja en el infierno”, “La ciudad y los perros”, basada en la novela de Mario Vargas Llosa, y “Alias La Gringa”.

 

Miguel Ángel Zapata, poeta y ensayista peruano, es una de las voces fundamentales de la actual poesía hispanoamericana. Ha publicado recientemente Un árbol cruza la ciudad (Lima, 2019), Degollado resplandor. Poesía selecta de Blanca Varela (Santiago, 2019), y Con Dylan Thomas volando por Manhattan (Antología personal, Buenos Aires Poetry, 2018). Ha publicado también varios libros de ensayos sobre poesía y arte, antologías de poesía peruana, española, y latinoamericana. Ha traducido al español la poesía de Theodore Roethke, Charles Simic, Louise Glück, Mark Strand, Yusef Komunyakaa, y Charles Wright. Salió en italiano una antología de su poesía “Uno escribe poesía caminando” con traducciones de Emilio Coco (Ladolfi Editore, 2016). Es profesor de literatura latinoamericana y director del M.F.A en Hofstra University, Nueva York. 

 

 



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