18 Abr 2024

33. SEBASTIÁN MIRANDA. ESTHER M. GARCÍA

-20 Mar 2021

 

¿CÓMO ARMAR UN ROMPECABEZAS DE MUJERES ROTAS?

RESEÑA DE BITÁCORA DE MUJERES EXTRAÑAS DE ESTHER M. GARCÍA.

 

En la madrugada de una noche de insomnio, una mujer con corona de flores, mirada pensativa y un lunar en la mejilla tocó a mi puerta y me entregó una caja oscura, donde se dibujaban rostros tristes, llenos de rabia o con miradas que contenían todo el dolor. Eran rostros de mujeres rodeadas por un enjambre de alacranes.

Tomé la caja con asombro, y antes de partir la mujer con corona de flores me dijo:

 

Tengo una esperanza rota en las manos

y a un niño idéntico a ti llorando dentro de mi pecho

Cerré la puerta en silencio, despejé la mesa del comedor y vacié el contenido. Era un rompecabezas de mujeres en trozos, retazos de cuerpos deshilachados con violencia, piezas donde se dibujaba un ojo lloroso, una mano sosteniendo un cigarrillo, unas patas flacas usando zapatos de tacón talla 12, una boca pintada de rojo, brazos con marcas de quemaduras y de golpes, de venas abiertas que, al tomar las piezas, aún me manchan los dedos con sangre.

 ¿Cómo puedo armar un rompecabezas con el retrato de mujeres rotas?, ¿cómo recuperar sus bocas para que cuenten su historia sin que se les arrugue la voz?

En el fondo de la caja venía la respuesta, la mujer de corona de flores había adjuntado un cuaderno, una bitácora, donde se me indicaba que en el momento en que cada una de ellas hablará, fuera recopilando sus testimonios.

Así comencé a buscar las manos punzadas por agujas, con dedos amarillos teñidos por el tabaco, y al armar un cuerpo de una mujer de maquila, me encontré con Alina, quien fuma Marlboro Rojo y mantiene cinco hijos. Cuando me habló de la vuelta de tuerca que espera, aún desconocía de la afloración de un cáncer en su pulmón.

Luego armé la mirada de Ana que, ebria, veía las estrellas, mientras me decía que solo era un cuerpo de dolor. Luego armé a Sarah con rostro de serpiente, con colmillos afilados y culpas en forma de hacha. Luego fue Christina que en vigilia cuidaba la locura de su madre. Y Dalia que habló de como fantaseaba con otras chicas durante el coito; y por eso se sentía sucia.

Elena fue como armar el retrato de Cronos de Goya, Luciana como armar la pintura de Ofelia de Everett, pero ahogada en un lago de sangre. Cuando llegué a Diana, fue armar un cuerpo robusto que no le correspondía, como si estuviera en un frasco equivocado y Magdalena fue como armar un cuadro de Dalí o Kandinsky.

Todas me hablaron desde la noche del dolor, desde la oscuridad del abandono, desde lo negro del silencio que fueron coleccionando en sus cuartos, en sus casas, en la calle, ante la violencia, ante el maltrato, ante la muerte.

Y hablaron desesperadamente del odio al padre, del odio al hijo, del odio al espíritu, tanto enojo acumulado en sus poros, debido a sus voces cercenadas que solo les permitían cantar canciones de cuna, como si fueran embarazadas solitarias.

Pero ahora ellas hablan, una vez que las piezas encajan, ellas no se detienen, gracias a Esther sus voces no quedarán bajo una sábana o un nicho. Gracias a Esther, y a la bitácora que fui armando con su rompecabezas, ahora ellas gritan: “Siempre creí que el amor era golpear a otro”, mi padre “Fue al primer hombre que amé/ y que odié/ que deseé matar”, “Mi madre moría de pie como un sauce… mi madre era un árbol destrozado”, “¿Cómo poder amar a un monstruo?”.

Así me fueron mostrando la variedad de sus espinas. La cantora me enseñó la sangre de los últimos acordes, las niñas, con sus cabezas como ciervos disecados, sus vestidos blancos. La última que armé se levantó de la mesa, me tomó violentamente del rostro, y me dijo:

 

“Te devoras a ti misma como una víbora tragándose

su propia cola

Un día despiertas

y el puto mundo sigue igual”

Esther M. García, con su corona de flores y un lunar en la mejilla, fue la mujer que me regaló la caja oscura, este rompecabezas de mujeres rotas, esta Bitácora de mujeres extrañas, libro que reseño con este relato, y que se publica este 2021 con la editorial New York Poetry Press.

García es quien recorre los cuerpos y las palabras con su obra, y nos grita como una mujer bestia que: “La poesía ha muerto/ La poesía ha colapsado/ con todos esos chicos que babean manifiestos”, y me remite a Zaratustra, que anuncia que dios ha muerto. Pero, como el profeta no anuncia la muerte de todo dios, Esther tampoco anuncia la muerte de toda poesía, pues como ella misma escribe, a pesar de que todo se ha secado como un gran árbol muerto, “la poesía vino como un revólver a reventarme el cráneo con sus palabras”. O sea, Esther habla desde la poesía con voz de mujer, que denuncia, que revela y que reclama un lugar negado por siglos.

En su libro, Esther, recurre también al testimonio, a la poesía que logra encarnar la voz de esa otra que es encerrada en una habitación oscura, que pare en solitario, que ve alejarse al padre o al esposo que salen de casa sin nada que temer. Esto me remite a un artículo que escribí anteriormente titulado La poesía la posibilidad de ser otro, donde expongo que “…a través del verso, dejamos de ser nosotros y mudamos en Otro, reconectándonos de infinitas formas con el mundo, o como la misma Esther escribe: “Este yo/ no soy yo/ yo es otro”.

Bitácora de mujeres extrañas nos desgarra con el dolor de esa otra, con la soledad de esa otra, con el llanto de esa otra, que vive bajo nuestro techo, o al lado, o en la calle, en nuestra comunidad, país o el mundo. Este rompecabezas nos sensibiliza, nos conmueve y, al encarnar a estas mujeres, nos permite entender su rabia.

 

Sebastián Miranda

 



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