25 Abr 2024

252. POESÍA MEXICANA. FERNANDO SALAZAR TORRES

-29 Jun 2021

 

¡QUÉ SAÑA! ¡QUÉ MUERDE!

 

¿De qué modo nos alivia la Muerte?

La sombra de sus costillas es agria,

algo muerde, con saña,

insistentemente, sin final,

mi corazón.

Ya casi olvido tu cara

pero tu esqueleto se yergue en las noches.

 

¡Qué saña, qué muerde!

¡Hay noches tan solas! Tan silenciosas

que las noches se vuelven lluvia

 

¡Qué saña! ¡Qué muerde mi corazón!

 

 

PLAYA SÁFICA

 

Encima de esta tarde que transita,

dos soles doblan reflejos al borde

hasta descubrir otro amanecer,

tú siendo niña.

 

Atrás, de espaldas, vamos con el tiempo

arrastrando, en los pies, la luz al sol

de ambos horizontes que ya se encuentran.

Día de espejos.

 

Regular el adiós en el camino

nunca o siempre lo testifica el polvo,

más allá somos el doble del sol,

el día peregrino!

 

 

TANTA LUZ

 

Demasiada luz dentro de mi pecho

y otro amanecer más camina.

Muy temprano a lo largo del desbordamiento

mis ojos son tan del color del horizonte,

que les caben el abismo, sí, la oscuridad,

y no de tanto soñar se muere, sino se respira!

 

Más lejos de aquella línea horizontal

un mundo me divide y me deja,

y aquí, nada espera, solo la muerte.

 

Hay tanta luz

que de esperanza sentí dolor y angustia.

Esta vida es la fuente de otra luz.

 

Hay harta claridad en mí,

tanta, que me ahogo de cielo y Dios.

 

Sí! Allá, al otro lado de la mirada,

más allá de estos ojos que me abisman,

el sol cubre mi alma de otro cuerpo.

 

 

MORIR ES QUEDARSE

 

Nada, ya nada debo salvo el tiempo.

Sin mirar atrás,          

nada debo si el año muere.

Mi memoria queda prendida a ti,

de la hojarasca del otoño,

de los pasos que dejo.

Pasar a ojos cerrados y labios

en vilo con la noche

con la ciencia de que llegar es irse

y volver a soñarte

y otra vez retornar,

una vez más quedarse.

No, nada debo, el tiempo aqueja,

dolerte del mismo modo hasta siempre,

arderme y dolerme

otra piel en mi cuerpo;

vivir así, como dicen, como es,

así es el amor en esta tierra prometida,

quiero decir húmeda,

porque debajo

muy abajo de este mundo

hay carne en la muerte, así vengo,

cabalgando encima del espinazo

de un animal fracturado

de un animal roto

que fue contenido bajo tierra.

 

La muerte nada, nada guarda.

O el tiempo o la memoria

que me vivieron

me hacen llorar en desmedida

cada noche y cada día;

mejor es irme

y dejar cada cosa en su lugar

y permitir que las horas nos dejen.

 

Intentaré de nuevo la historia,

dejo este cadáver en flor;

soy esa oscuridad en mi cuerpo,

mi otro yo que perdí,

mi alma que te vivió.

Mirarte sin mirarnos hasta nunca

en el adiós de la muerte que llega.

Viene por mí el caballo melancólico,

el mismo que me trajo a tu sombra,

a mi casa donde existir

es de pronto desvanecerse.

 

 

EXHUMACIÓN

 

Barro el nido de los espantos

con el plumero de la bruja;

saltan, retozan y vagan los trinos

nocturnos en los álamos del lago.

El corifeo de las grullas, no,

digo, el adalid de las lobas

muerde el grito en la cima;

allá, más acá de las providencias,

vates y clérigos formulan

el grimorio de la edad cósmica.

Sacudo el pánico,

limpio el polvo de la casona

al ocaso de tres vírgenes hadas;

la torre de los magos testifica

de la sombra vecina,

la luz que bajo tierra chupa el hueso.

Las órdenes mueven los astros,

los dioses caen en forma de piedra

de rodillas suspiran la penumbra.

Otra vez el grito, un hallazgo

en la piel de las monjas,

de la cruz hay calor de sangre,

olor de agua, salitre, a subterráneo

de flor ensucia los ojos, las manos,

y el desamor de dios en sus hocicos.

 

El universo o la escritura,

el orden o la luz

da pareja muerte en el patio

de cualquier templo,

en esa piedra la fe incendia,

quema la carne, y el sacramento

por la vida se inhuma

al lavarse los párpados

al nevarse los ojos.

 

 

RASPA LA HOJA BLANCA, A VER SI

algo cabe en la cuenca de esta mano;

atrás mosca, heliotropo, ciénaga.

“Raspa”, me susurra el zumbido de la flor garza;

rasgo los aires y los soles

silban entre las plumas de las tardes

a manera de pájaros anclando la savia.

Murmura, repite el sonido,

musito y duermo a la hora

que escurre el dolor de la fiebre.

 

¡Qué digo! Nadie me repite,

hago eco de mi voz bajo la cama,

me dices ya, me dicen hoy,

dicen las voces “camina al espejo”

y ando como Simón en el vacío.

Allí encuentro más voces que emular,

sus ecos maduros son la deslucida imagen,

la pobre luz de quienes me preceden

y cifran el verso libre con la estrofa blanca.

 

¡Qué dicen! Nada, copian mal el Blanco,

declinan entre dados por la boa del juego,

modernos epigonales, caballo a mansalva,

expresan bien la imperfección del símil

y del poema, digo nada, lo deletreo,

las letras quedan libres.

 

 

Fernando Salazar Torres. México. Poeta, crítico literario, ensayista y gestor cultural. Ha publicado el poemario Sueños de cadáver, Visiones de otro reino y el libro de artista Gazhel en conjunto con el artista plástico y poeta Fernando Gallo. Su poesía ha sido traducida al inglés, italiano, catalán, bengalí, serbio y ruso, y publicada en varias antologías. Director de la revista literaria Taller Ígitur Coordina las mesas “Crítica y Pensamiento en México” y “Diótima: Encuentro Nacional de Poesía”. Dirige el Taller Literario “ígitur”. Colabora en la revista literaria “Letralia. Tierra de Letras” con la serie de poesía mexicana “Voces actuales de México” y “Poesía española contemporánea”. Forma parte del equipo de colaboradores de Caravansary. Revista Internacional de Poesía (Colombia), la cual forma parte del sello Uniediciones. Es miembro del PEN Club de México.

 



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