18 Abr 2024

354. POESÍA COSTARRICENSE. ÁLVARO MATA GUILLÉ

-19 Dic 2021

 

HABITANTES DE UN PAÍS SIN NOMBRE. LA POESÍA DE ÁLVARO MATA GUILLÉ

 

Estos textos, que compartimos del poeta costarricense Álvaro Mata Guillé, son muestra de una obra amplia, poemas que se tejen uno tras otro operando un universo entero. La voz poética nos lleva de la mano en un viaje de transformaciones, miradas que se complementan entre un antes y un después, componiendo lo que podríamos percibir como un gran y único poema; una unidad filosófica narrada en el alma de ese personaje que cuenta, a lo largo de la ruta, la eterna bifurcación entre realidad y fantasía: aspectos esenciales del que construye su propia identidad.

El primer fragmento nos entrega un reino visto a través de ojos ensimismado, ojos niños, que van por tierras desconocidas, adentrándonos en sus visiones como si fuésemos tras los pasos de un fantasma por un camino etéreo y misterioso:

 

“era un tiempo sin tiempo:

 

lo ajeno, la nostalgia,

yo mismo reapareciendo en la lejanía, en el cerro

que desdibujaba las cuevas de la bruja, en los

brazos de los árboles dirigiéndose hacia las lomas,

diluidos en la bruma,

en el vacío”

 

En ese “tiempo sin tiempo”, la obra nos impregna de cierta melancolía. Su riqueza de elementos simbólicos va a la esencia misma de lo humano en un poderoso vuelo de imágenes, dejando mucho a la imaginación de nuestra percepción lectora; tejiéndose con la misma delicadeza con la que se trenzan los sueños.

Llegamos a sentirnos en ese cuerpo-otro que va creciendo a través de las vivencias y nos ofrenda sus pensamientos en rítmicas ondulaciones, al que llegamos a intuir desde el corazón. Allí, nuestras sombras captan algo inmaterial distinto de la voz, algo que aparece como símbolo de la nada, algo que vibra en el silencio de los huesos, un gran canto de vida con desgarrador aroma porque el ser crece para acercarse a la muerte. Entonces los versos del segundo fragmento se dan como una serie orgánica en ese gran enigma que es la noche, escudriñando a quien regresa sobre sus pasos para cobijarse en la soledad y levantar su corona en la cima del espejismo.

Amarú Vanegas

 

Del capítulo “En una laguna muerta” del libro Un país sin nombre

 

*De niño

me preguntaba por la niebla mezclándome en ella,

dejándome ir en el letargo que abrazaba el polvo,

era un tiempo sin tiempo:

 

lo ajeno, la nostalgia,

yo mismo reapareciendo en la lejanía, en el cerro

que desdibujaba las cuevas de la bruja, en los

brazos de los árboles dirigiéndose hacia las lomas,

diluidos en la bruma,

en el vacío

;

 

había unas pocas calles

recorridas por el sol y el rumor de algunos fantasmas,

voces de sombras que salían de las casas,

un antes de un antes inmerso en la penumbra,

confundido en el silencio,

al que percibía mientras buscaba (en el cúmulo de cosas,

el polvo, la lluvia, el viento)

cuál era mi rostro,

cuál mi voz

una sombra

;

 

nací en un lugar sin nombre,

el país de los ausentes decía Jorge Arturo,

el pueblón le llamaba Eunice Odio,

un lugar que no era un lugar decía yo

.

  

En las noches imaginaba lugares distantes,

veredas,

callejones,

sonidos que pernoctaban en las aceras,

escapando entre los bosques,

un dejarse ir vislumbrando en lo lejano,

un perderse

;

 

la misma sensación de nostalgia reaparecía

al contemplar el brillor

que parpadeaba en las montañas,

en las casas al lado de la bruma

que encubría los surcos

entre los árboles,

el exilio,

la distancia

;

 

sumido en la llovizna,

buscaba un algo del algo,

estando allá estaba aquí,

todo era todo:

 

ajenidad, sueño, 

minutos transformados en lo incierto,

el mutismo que iba al pasado en busca de respuestas,

pero las respuestas no son respuestas,

son ópalos que se pierden sin brillo en el abismo,

diluyéndose como la lluvia en los cerros,

esperando la venida de los muertos,

lo que dicen en nosotros,

mientras llega la niebla

.

  

Casi al amanecer,

quedando todavía unas estrellas,

con el viento detenido y también la lluvia, 

continuaba deambulando por los barrios

de mi barrio:

 

reaparecía el desierto,

unos cerros dormidos,

el murmullo de cantos que apenas escuchaba,

ritos caminando hacia el vacío

;

 

el allá era el aquí,

iba y venía era el otro:

 

la sombra, la niebla, lo ausente,

el pasado regresando a la lejanía,

el todo en el todo, 

la sombra, la niebla,

lo ausente

.

 

El mutismo se sumergía en la indiferencia,

pasaban las cosas sin pasar:

 

un pájaro, una nube,

el sol de nuevo entre las calles envejeciendo,

un perro arrastrando las cadenas,

un grito, un pájaro,

una nube

,

 

perseguía el crepúsculo,

buscaba un fantasma,

la extrañeza,  

el origen del origen en el polvo

pero nada había

.

 

 

Del capítulo: “Más allá de la bruma”, del libro: Un país sin nombre

 

**Al regresar,

después de haberme ido con viento

y nubes detenidas,

inmerso todavía en lo lejano,

envuelto en el rumor de las campanas,

me encontré con algunas voces que aún

pregonaban en los cuartos,

con el clamor de las sombras junto al polvo,

entre libros cubiertos de mugre y ceniza, 

algunos recuerdos entre los bocetos

en los escritos,

algunas hojas carcomidas por el tiempo

en los escombros,

por lo ausente,

por el vacío

;

 

me adentré,

en aquella casa de la que había salido en un día

temprano aventurándome,

escondido en la penumbra hacia los cerros,

sin saber quién era, qué hacía ahí,

cuál era mi rostro, cuál mi voz, 

palpando las paredes,

los pasillos,

sintiendo los tablones flojos en el piso

;

 

quedaban algunos cuadros,

algunos muebles,

los tallos de flores secas en los vasos

y la cama sola en el cuarto,

el crucifijo,

las velas desgastadas,

los estantes,

los libros quemados

;

 

la casa no era mi casa,

era un lugar sin lugar,

sin nombre

;

 

un rato después salí al patio,

miré sin mirar los árboles

confundidos en la hojarasca,

a lo lejos,

en la planicie,

mientras llegaba la lluvia,

mientras bañaba la ceniza

y la nieve era perseguida por el viento

y el ruido del granizo,

;

 

era un día como cualquier otro,

un día en el que me sentía más solo,

en una tarde como cualquier otra, 

sumido en la bruma

.

  

Noches después

de dialogar con voces y sombras,

con la nieve, el viento,

     el mutismo de la hojarasca

regresé a las calles entre los cerros

                    todavía adormecidos,

caminé por lugares que no recordaba,

por las sombras en las lomas en los bosques,

por las planicies que cubrían el desierto,

en la espesura

en la lejanía

;

 

en los caminos,

había algunos fantasmas que corrían detrás de los perros,

los pájaros mudos entraban

y salían de las casas entre las sombras,

volvía a los árboles, a las hojas de ceniza,

al cementerio

;

 

era un pueblo que no era un pueblo,

teñido por el polvo

;

 

entre las losas

busqué sin buscar un destello,

me perdí en los reflejos,

en un algo que presentía el horizonte,

pero los cerros oscurecían detrás de las nubes, 

anocheciendo,

huyendo

;

 

volví sin llegar,

iba y venía sin irme,

no estaba,

era el humo, era yo,

era un sol, un astro,

una ostra,

el otro lado de sí:

 

los pájaros mudos,

la sombra, la hojarasca,

el desierto en la planicie oscurecido por la ceniza,

por el polvo,

los fantasmas entre las nubes

detrás de la niebla

persiguiendo el fulgor

.

 

Ir y venir es una ilusión,

otro espejismo

.

  

Álvaro Mata Guillé. Costa Rica. Columnista de Revista Libros y letras (Bogotá); Director Corredor cultural: Poesía en tránsito (México-España); Director Festival Internacional de poesía En el Lugar de los Escudos (México), Codirector Festival Del Norte-Poesía en tránsito (Monterrey) y del proyecto Orilla del lago (renovación vínculos sociales a través de la poesía). Algunos de sus libros: Debajo del viento (Venezuela y Argentina); Un país sin nombre (México); Intemperies (México); Más allá de la bruma (México). De próxima aparición: El individuo en la sombra (ensayos).

 



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