24 Abr 2024

68. HA MUERTO EL POETA MEXICANO EDUARDO LIZALDE

-26 May 2022

 

EDUARDO LIZALDE: SÉ QUE EN TODO

ESTO SIEMPRE HABRÁ UN TIGRE ENCERRADO

 

Ha muerto Eduardo Lizalde, uno de los poetas mayores de México y de la lengua española.  Gracias al apoyo del gran Eduardo Langagne, pude visitarlo y compartir junto a él y junto a su esposa Hilda.  Recuerdo haber tomado un taxi en la Colonia Roma e ir hasta su casa y le dije al taxista que me recogiera una hora y tanto después y que se fuese a hacer otras carreras; pero el señor no sé por qué motivo, se decidió a esperarme bajo un árbol. Luego le conté todo lo que aconteció.  “Fue un sueño cumplido”-le dije.

 

El residencial donde vivía Lizalde tenía calles con nombres de árboles; una jungla simbólica entre el asfalto y el concreto.  El poeta me recibió con agrado. Contrastaba la imagen de niño grande con su célebre apodo de El Tigre; que, según él, se lo recodaba a cada rato su amigo Carlos Fuentes; imperecedero, allí con sus rayas, sus estrías doradas, blancas y negras y la metáfora de la boca rugiente con imágenes vigorosas. Tenía un vozarrón y parece que eso era de familia, ya que su hermano Enrique Lizalde, el actor de telenovelas, tenía ese encanto.   Se le recordó en nuestra conversación.  Lo recuerdo firmándome varios libros, entre esos, El tigre en la casa; en la cuidada edición de Valparaíso.  Escudriñaba los libros que le dedicaba y me expresó que los leería.   Este poeta panameño siempre atesorará esa visita que fue para mí todo un privilegio.   Luego tuve el designio de hallar un ejemplar de la primera edición de La zorra enferma del Premio Aguascalientes de venta por la red y me llegó a Ocú.   Su Poesía Reunida fue un regalo de Lina Zerón (aunque ella insistió que era de México, el obsequio); pudiendo tener así el corpus de una obra poderosa.   Hay que insistir en su presencia lírica, épica, coloquial y portentosa en la poesía del siglo XX; sea pues este un homenaje a su viaje hacia otra selva:

 

… sé claramente

que hay un inmenso tigre encerrado

en todo esto.

 

Javier Alvarado, Los Andes 2, 25 de mayo de 2022.

 

  

EPITAFIO

 

Sólo dos cosas quiero, amigos,

una: morir,

y dos: que nadie me recuerde

sino porque todo aquello que olvidé.

 

 

AMOR

 

Aman los puercos.

No puede haber más excelente prueba

de que el amor

no es cosa tan extraordinaria.

 

 

EL TIGRE

 

2

Hay un tigre en la casa

que desgarra por dentro al que lo mira.

Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,

y sólo puede herir por dentro,

y es enorme:

más largo y más pesado

que otros gatos gordos

y carniceros pestíferos

de su especie,

y pierde la cabeza con facilidad,

huele la sangre aun a través del vidrio,

percibe el miedo desde la cocina

y a pesar de las puertas más robustas.

 

Suele crecer de noche:

coloca su cabeza de tiranosaurio

en una cama

y el hocico le cuelga

más allá de las colchas.

Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,

de muro a muro,

y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,

como a través de un túnel

de lodo y miel.

 

No miro nunca la colmena solar,

los renegridos panales del crimen

de sus ojos,

los crisoles de saliva emponzoñada

de sus fauces.

 

Ni siquiera lo huelo,

para que no me mate.

 

Pero sé claramente

que hay un inmenso tigre encerrado

en todo esto.

  

3

Lo he leído, pienso, lo imagino;

existió el amor en otro tiempo.

Será sin valor mi testimonio.

RUBÉN BONIFAZ NUÑO

 

 

Recuerdo que el amor era una blanda furia

no expresable en palabras.

Y mismamente recuerdo

que el amor era una fiera lentísima:

mordía con sus colmillos de azúcar

y endulzaba el muñón al desprender el brazo.

Eso sí lo recuerdo.

Rey de las fieras,

jauría de flores carnívoras, ramo de tigres

era el amor, según recuerdo.

Recuerdo bien que los perros

se asustaban de verme,

que se erizaban de amor todas las perras

de sólo otear la aureola, oler el brillo de mi amor

—como si lo estuviera viendo—.

Lo recuerdo casi de memoria:

los muebles de madera

florecían al roce de mi mano,

me seguían como falderos

grandes y magros ríos,

y los árboles —aun no siendo frutales—

daban por dentro resentidos frutos amargos.

Recuerdo muy bien todo eso, amada,

ahora que las abejas

se derrumban a mi alrededor

con el buche cargado de excremento.

 

 

4

 

Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;

que se pierda

tanto increíble amor.

Que nada quede, amigos,

de esos mares de amor,

de estas verduras pobres de las eras

que las vacas devoran

lamiendo el otro lado del césped,

lanzando a nuestros pastos

las manadas de hidras y langostas

de sus lenguas calientes.

 

Como si el verde pasto celestial,

el mismo océano, salado como arenque,

hirvieran.

Que tanto y tanto amor

y tanto vuelo entre unos cuerpos

al abordaje apenas de su lecho, se desplome.

 

Que una sola munición de estaño luminoso,

una bala pequeña,

un perdigón inocuo para un pato,

derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas

y desgarre el cielo con sus plumas.

 

Que el oro mismo estalle sin motivo.

Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa

se destroce.

 

Que tanto y tanto, una vez más, y tanto,

tanto imposible amor inexpresable,

nos vuelva tontos, monos sin sentido.

 

Que tanto amor queme sus naves

antes de llegar a tierra.

 

Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,

niños, animales domésticos, señores,

lo que duele.

 

 

GRANDE ES EL ODIO

 

1

Grande y dorado, amigos, es el odio.

Todo lo grande y lo dorado

viene del odio.

El tiempo es odio.

 

Dicen que Dios se odiaba en acto,

que se odiaba con fuerza

de los infinitos leones azules

del cosmos;

que se odiaba

para existir.

 

Nacen del odio, mundos,

óleos perfectísimos, revoluciones,

tabacos excelentes.

 

Cuando alguien sueña que nos odia, apenas,

dentro del sueño de alguien que nos ama,

ya vivimos el odio perfecto.

 

Nadie vacila, como en el amor,

a la hora del odio.

 

El odio es la sola prueba indudable

de la existencia.

 

 

EL GATO

 

Se sabe legendario y mágico

Nos mira siempre como a sus inferiores

desde las grandiosas tinieblas milenarias

de Keops o de Karnak, donde era venerado

e inmune a toda terrenal ofensa.

 

Uno puede admirarlo sobre un mueble mullido

o una consola

sorteando  sin romperlos frascos de cristal

y otros endebles ornamentos y espejos,

avanzando entre ellos como un soplo

de seda y fuego.

O bien, podemos verlo sobre el borde pétreo

de un muro en el jardín,

ejecutando largos y estremecedores

conciertos de inmovilidad

con estatuarias dotes sobrenaturales.

 

Se puede uno topar con él en un estante

–a riesgo de un zarpazo–

confundido entre los bibelotes

de armiño o lana,

o acurrucado en la vitrina de un museo

junto al tranquilo cuerpo disecado

de un felino congénere o cómplice remoto.

 

En la casa, cuando se halla esculpido

en uno de esos trances de asombrosa quietud,

suele fijar en nosotros, como un dardo,

su gélida mirada

por un tiempo sólo registrable

con uno de esos artefactos fílmicos

de acción continua

aptos para observar el crecimiento

de una planta o una flor.

Sus fosfóricas pupilas

–eso suele decirse–,

son un túnel de luz hacia el infierno.

Uno siente al verlas de reojo

que si intentara sostener la vista sobre ellas

durante dos minutos temerarios

podría llevarlo a enloquecer de pronto,

sufrir algún masivo infarto

o derrumbarse, sangrando por los ojos,

al pie de alguna de esas domésticas deidades.

 

  

GRANDE ES EL ODIO

 

Si yo pudiera decir todo esto en un poema,

si pudiera decirlo, si de verdad pudiera,

si decirlo pudiera,

si tuviera el poder de decirlo.

¡qué poema, Señor!

¿Quién te lo impide, muchachito?

Anda: desnúdate, para qué más remilgos,

qué clase de hipocritón gomoso quieres ser,

lanza la rima y la moral al inodoro,

anda, circula.

¡qué gran poema!

¡qué poemota sería!

Si pudiera, siquiera, si pudiera

poner la letra primera,

lazar como a una vaca ese primer concepto,

si pudiera empezarlo,

si alcanzara, malditos,

cuando menos, a tomar la pluma

¡qué poema!

 

 

ULISES

 

Este cándido exegeta supone

que el signo de Odiseo es el viaje.

Todo chofer de taxi,

todo camionero

resulta así un Ulises.

Pero el signo de Odiseo,

de Juan, de Ulises,

no es el viaje:

es el regreso.

La cosa es regresar

contra el espacio

y contra el tiempo

hacia algún punto

que los sicoanalistas desconocen.

 

 

POEMA

 

Todo poema

es su propio borrador.

El poema es sólo un gesto,

un gesto que revela lo que

no alcanza a expresar.

Los poemas

de perfectísima factura,

los más grandes,

son exclusivamente

un manotazo afortunado.

Todo poema es infinito.

Todo poema es el génesis.

Todo poema nuevo

memoriza el futuro.

Todo poema está empezando.

 

 

BELLÍSIMA

 

y si uno de esos ángeles

me estrechara de pronto sobre su corazón,

yo sucumbiría ahogado por su existencia

más poderosa.

-Rilke, de nuevo-

 

Óigame usted, bellísima,

no soporto su amor.

Míreme, observe de qué modo

su amor daña y destruye.

Si fuera usted un poco menos bella,

si tuviera un defecto en algún sitio,

un dedo mutilado y evidente,

alguna cosa ríspida en la voz,

una pequeña cicatriz junto a esos labios

de fruta en movimiento,

una peca en el alma,

una mala pincelada imperceptible

en la sonrisa…

yo podría tolerarla.

 

Pero su cruel belleza es implacable,

bellísima;

no hay una fronda de reposo

para su hiriente luz

de estrella en permanente fuga

y desespera comprender

que aún la mutilación la haría más bella,

como a ciertas estatuas.

 

 

AMOR

 

La regla es ésta:

dar lo absolutamente imprescindible,

obtener lo más,

nunca bajar la guardia,

meter el jab a tiempo,

no ceder,

y no pelear en corto,

no entregarse en ninguna circunstancia

ni cambiar golpes con la ceja herida;

jamás decir “te amo”, en serio,

al contrincante.

Es el mejor camino

para ser eternamente desgraciado

y triunfador

sin riesgos aparentes.

 

 

Eduardo Lizalde (Ciudad de México, 1929-2022). Es considerado uno de los grandes poetas mexicanos del siglo XX. Ha ocupado diversos cargos culturales. Fue director de la Casa del Lago de la UNAM, director general de Publicaciones y Medios de la Secretaría de Educación Pública, y director de Ópera del Instituto Nacional de Bellas Artes. Actualmente dirige la Biblioteca Nacional de México. Entre sus libros destacan: La mala hora (1956), Cada cosa es Babel (1966), El tigre en la casa (1970), La zorra enferma (1974), Caza mayor (1979), Tabernarios y eróticos (1989), Rosas (1994) y Otros tigres (1995).  En 1984 le fue concedida la beca de la Fundación John Simon Guggenheim. Su obra ha sido distinguida con diversos reconocimientos como: el Premio Xavier Villaurrutia  en 1969, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1974, el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 1988, el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde en 2002, la Medalla de Oro de Bellas Artes en 2009 y el Premio de Poesía Federico García Lorca en 2013.  Falleció el 25 de mayo de 2022.



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