25 Abr 2024

438. POESÍA MEXICANA. JAVIER GUTIÉRREZ LOZANO

-26 Jun 2022

 

PAERDÍS

 

Dime, Dios,

tan sólo,

que en la carne de tu reino

el pecado original no

lo hereda el prisionero desde el vientre.

Que en tus calles más febriles

la sangre de los perros

no se bebe en copas largas

ni corre cuesta abajo

el llanto de una virgen mancillada.

 

Dime, Dios,

tan sólo,

que nadie nace de mi costilla

 

que este no es sitio de los hombres.

 

 

XXII

 

Y cantando a oscuras,

así me despido hoy,

sólo hoy,

de esta mancillada escena

de turbios matorrales,

suelas que madrugan

desde hace años tus pasos lacerados,

tu morada de falso marfil,

tu pecho colección de naipes,

la inmaculada sonrisa

que dibujarás desde ahora

y para siempre

cuando leas, temblorosa

y quizás culpable

estos versos de obsidiana:

- mi cabeza degollada

- mi corazón de ofrenda

- mi desmesurada empresa.

 

Voy así,

cantando a oscuras,

porque este amor a ciegas

le ha bastado tu quebranto,

tu canción,

tu silencio equilibrado,

la edad de tu paciencia,

la decoración infame

de esto poco,

tan poco que nos ha quedado

para bailar a oscuras

y cantarte

y calcinar con este paso

de trompeta, banda y trombón,

la palabra que nos hizo daño,

y entonces así,

a consejo inequívoco de terapeuta

cantar a oscuras

y bailando bajo

nuestro siempre ritmo

despedirme hoy,

y sólo hoy,

para volver distinto

y esperar,

 

bailar por ti.

 

 

XXIII

 

Ahora y hoy, que me estoy yendo,

que pulso una vez más

vuelvo a ser en tu boca ya rendida,

que unto entre las llagas

este capricho de nombrarte,

de apesadumbrarme

en tus hallazgos repentinos,

de extraviarme entre el silencio

donde no debí llamarte,

soy de nuevo la página, el principio,

el amarillo cuerpo de tu desventura,

la sal debajo de las uñas,

el anticipado juicio

en el que sólo soy testigo

y me queda así, por hacer,

cerrar la boca,

tragarme entre moscas y gestos

lo que de mí sobró,

el puñado de inocencia

que en tus manos fue mi anhelo

y me fui quedando entre tú y nadie,

y a mi cuerpo lo vistió el abismo

cuando hallé a mi palabra

un pájaro de nada

un recordatorio del vacío,

una cruz,

alguien que no soy yo.

Y entonces así,

a patita suelta y muy despacio,

como si la mañana cupiera

en un sorbo de cuchara,

como si no alzara su voz

cada resquicio en el que

la suavidad de tu cuerpo

acuñó todo mi desvelo,

así,

como el brinco asustadizo

de un orgasmo,

me resbalo entre el espacio

que no ocupamos

y me callo,

me silencio nuestras bocas

en toda latitud que no quisiste,

en los poemas que no vendrán

y en la tachadura obligatoria

de cuanto pudimos

y nos callamos.

Te dejo, pues,

para el futuro,

todos los hallazgos

en lo que me encuentres.

Te dejo mi voz trenzada

a tus oídos,

el cabello recogido de mi ausencia,

mi blanca piel

que fue tu nombre y fecha,

mis hombros tus vasallos,

tu siempre resurgir de mi costilla,

y todo,

todo aquello

que si hubiésemos,

que no pudimos,

que no quisimos,

que no,

que tú,

que…

 

que se queda,

quizás,

para otra vida,

al fin y al cabo

en lo que no he podido darte:

 

            mi silencio.

 

 

SALINA,

el mar tu boca impávida y salina.

Y tus ojos;

cuencas crepusculares son tus ojos

color de llanto y de espeso

el rastro oscuro de tu infancia.

Y aun así, el mar, el agua y el océano,

el costado de la playa que se incrusta

a manera de flagelo en tu figura,

en tu piel apenas vista,

en tus pechos de menudo brote,

de racimo joven.

Y se alza el mar,

se le crece el ansia,

se le vuelve una tormenta el pájaro doméstico,

le resuena el eco de su tórax en el viento,

se azotan vil y profundo

las aspas de este cuerpo robusto en tierra.

No importa que lo mires desde lejos,

pues acaricia suave

el contorno de tus piernas,

se te escabulle sutil incendio en ti

una brisa que es de miel en tu cadera

que se escurre entre tu origen

por tomarte frágil, entera,

para hacerte el amor cuando sube la marea.

Y no suspiras, no enmudece nadie,

no muerdes la palabra de alguien en el aire,

no sangra ya tu miedo

ni la razón que existe dentro los nombres.

Y tus piernas son de peces

y replegándose va el mar hasta su orilla,

mientras besa, rasguña con sed y rabia

la piel más última en tus muslos,

tu costa inerme, la noble combatiente.

 

Te pareces a este mar volcado,

a este afable intento de contarte;

por si lo olvidas,

por si hace falta,

por si buscas saber quién eres.

 

 

HAS PASADO TUS AÑOS DE MINIFALDA

sin rasguño de esta herida

perpetrada por mi anhelo.

Y sin lascivia de estos ojos

que desnudaron tus mejillas

y penetraron hasta tus versos,

tú, inmaculada y siempre ajena,

dabas paso en falso por el rumbo

y te ocultabas en la periferia,

en los libros que no ibas a leer

y me tentabas,

siempre exquisita,

me tentabas

con cuanta cosa que ocurriera

para hacerme

víctima de un lejano esplendor

de un ladrido invisible.

Y aunque te alcé tantas veces

aquella corta falda en celo

y fuiste el placer a ciegas

que ocupó mi mano a tientas,

me hallé taciturno,

cautivo del cansancio que tornó en silencio.

 

Yo siempre tuve miedo del cansancio,

aún tengo miedo del silencio.

 

Javier Gutiérrez Lozano (México). Catedrático en Ciencias Sociales y Humanidades, poeta, traductor y periodista. Director de Alcorce Ediciones y de Revista Vislumbre. Es autor de los poemarios Vuelta al origen y otros poemas (Venezuela, 2014), La magnitud de la distancia (México, 2015), No sólo lluvia (2015) publicado en España, Argentina, Colombia, México y su versión al inglés More than rain (2017) en los Estados Unidos, Luces últimas (España y México, 2018), Atemporal (México, 2019) y Década (México, 2021), su obra publicada más reciente.

 



Compartir