NO VOLVERSE AGUA
Ya vivía cada uno en su frontera.
Un desierto gramatical
probó nuestro fracaso
hasta que del otro lado del mundo
vino la música.
Una estrofa para el amor
sólo si se vuelve cierto, dijo,
y nos quedamos muchas veces
en silencio,
al amparo de la misma canción.
Nuestra porque aquella letra
era mi primera vez.
Ajena porque la escucharon otras
que le permanecen.
Del otro lado del mundo
un acorde,
tensar el puente roto,
construirse sin raíces
pero no dejarnos ir.
Me pregunto
si supo que lo amé
porque era agua.
Su belleza consistía
en dejarse mirar por dentro
cada vez que el miedo
lo traicionó.
Hubo un hombre lejos
al que no quise preguntar:
qué otra mujer te espera
cuando sales de la casa
o desapareces los domingos;
por qué le temes a quedarte
y debes huir, como esta
tantas veces y estrellarte
en cada hogar
descrito con tu nombre.
El amor
no puede ser jamás
la misma música,
todo lo que viene
a atar y despedirse
nos inunda,
nos vuelve sal.
No se puede alcanzar el amor
en los ojos de un hombre que calla
para no volverse agua.
Tampoco en la vida de alguien
que entrega
sin antes pronunciarse.
EPÍLOGO
α)
Conozco la historia desde el corazón de cien hombres.
En entrevistas hechas por diversas causas lo confesaron:
casi nadie soporta la herida del verdadero amor.
Muchos tienen una mujer distinta en la boca, en las manos, en el sexo,
cuando hablan de lealtad ante sus hijos o los hijos de sus hijos.
El dos por ciento supo hacer a un lado su prejuicio
y quemó en sus adentros los miedos, las máscaras,
la tela de araña que circunda la vida tácita de cada hombre
para abrir un espacio a la mujer que de cualquier forma
iba a dejarles huella.
Noventa y ocho de los encuestados eligieron la comodidad frente a la duda.
Por eso se quedaron con mujeres que tuvieron el cabello de anuncio televisivo,
la piel del color de una medalla que se gana sin esfuerzo,
la voz que se repite sin hilos negros.
Yo no sé si cada hombre elige no quedarse con el amor que lo sacude,
si esa posibilidad lo haría feliz. Yo sé que el dos por ciento
de los hombres prendió fuego a sus certezas
y llovió sobre la ausencia de alguien que no fue memoria.
β)
Él quiso irse cuando vio su fragilidad en el color de mis ojos.
Negro un futuro donde no estaba sólo su nombre.
Negra su herida al no saberse sólo bello sino transparente.
Él quiso irse pero escribe cartas, tararea canciones al amparo de la fibra óptica.
Pone un pie entre la mujer que lo salva ahora y mi nombre,
les dice a otros que no supo, que no fue capaz,
que cuando abrió los ojos ya estaba ella
y la vida sigue porque ya no importa el asombro sino saber estar.
Él les dice a otros que vengan y me digan que escuche,
que quizás con una palabra pueda, ahora sí,
quedarse para siempre.
Envuelta en mis heridas de imperfección y transparencia,
guardo silencio. Me digo que quisiera entrevistar a otros cien hombres
porque el amor no puede ser tan triste,
y que quizá por diversas causas uno de ellos acepte
que el fuego nos transforma y lo levante conmigo
aunque la zozobra nos estalle por dentro.
Ana Corvera (Zacatecas, 1984). Es Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la Universidad de Guadalajara y Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Autora de Nocturno corazón de los insectos (IZC/Ediciones de Medianoche, 2011), un híbrido entre narrativa y poesía y de No volverse agua (El Ángel Editor, 2022). Sus textos de creación y de teoría literaria aparecen en revistas de Chile, Estados Unidos, México, Venezuela, España y Colombia como Altazor, Aérea, Nueva York Poetry Press, Norte/Sur, Campos de plumas, Sincronía, Letralia, Liberoamérica y La raíz invertida. También en los libros El viento y las palabras (La Zonámbula), Pensamiento Novohispano (UNAM), Dolores Castro, palabra y tiempo (BUAP), Palabras vivas: ensayos de crítica literaria en torno a María Luisa Puga (IZC) y Ficcionario de Teoría Literaria (Texere). Fue docente de la Academia de Escritores en Venezuela y actualmente divulga ciencia.