Ibán de León
Escribir poemas de amor en estos tiempos podría considerarse un ejercicio arriesgado. ¿Qué puede decirse, y de qué forma, que no se haya dicho ya sobre el tema?, ¿cómo dar otra vuelta de tuerca? Estas preguntas me asaltan mientras leo Al fondo está la noche, de Baudelio Camarillo (Xicoténcatl, Tamaulipas, 1959), un libro que no oculta su naturaleza decididamente amorosa.
Escribir poemas de amor en estos tiempos me parece también un ejercicio valiente. Camarillo, además, posee una voz madura, que echa manos de todas las herramientas del oficio, lo cual le permite ahondar con sabiduría, a partir de la experiencia, en un tópico de difícil ejecución:
Escribí poemas de amor a los 20 años.
Y a los 30 años escribí también poemas de amor.
Y hube poemas de amor a los 40
y aún a los 50.[1]
Al paso de los años se acumulan las pérdidas, el tiempo doblega nuestras fuerzas y se lleva lo que amamos, porque todo está condenado a desaparecer. El mundo que conocemos muda su trayecto a diario y, como el cuerpo humano, también se deteriora. El transcurrir imperceptible de la vida nos ha dejado, huérfanos, sobre la violenta realidad del presente:
A pesar de que la lluvia limpió el cielo y trajo paz a las raíces que clamaban por agua en mi jardín, se había marchitado mi alegría. Y he pensado esta tarde de qué manera las balas se han incrustado en la pared de nuestra casa, de qué manera su estallido nos desorbita la ilusión y la violencia se mezcla con el agua que bebemos.[2]
Desde ese parapeto que es la experiencia vital, y a partir de una honestidad alumbrada por la nostalgia, se escriben los poemas de Al fondo está la noche. Si el aquí es un sitio hostil, con su violencia cotidiana plena de balaceras, desaparecidos y cadáveres desmembrados, lo mejor será recurrir al pasado para extraer del pozo primigenio el combustible poético: el amor tocado por la luz ―una palabra usada con frecuencia en el libro― de los días sencillos.
Pero los textos del libro de Camarillo abordan no sólo el amor que atañe a la pareja (“Es un sabor salado el que me dejas/ cuando beso tu nombre en los lugares/ donde nunca estaremos”.)[3], sino también a la familia (“Viajábamos de noche para tener más luz/ en casa de mi madre”.)[4], a los amigos (“se necesita un amigo/ con quien hablar del agua/ que se aleja”.)[5] y a ciertos lugares sagrados de la infancia (“Cuando el sol repicó sus primeras campanas/ ya eran nuestras las aguas de este río”).[6]
Frente al horror de la violencia que ha invadido los espacios comunes de nuestras vidas ―parques, plazas, calles―, el poeta propone al amor como medio de resguardo, tal vez como la única forma de reencontrarse con el prójimo para entregarle el pan de la empatía. Porque mi cuerpo es el cuerpo del otro, la fragilidad de su carne es también mi fragilidad. Me amo a mí en la sangre que brota de sus heridas. El amor existe, pues, como instrumento para transfigurar la dolorosa realidad de nuestro tiempo:
Yo sólo pienso en ti, en mi piel que se endulza cuando toco tu pecho, en el aire de luz con que me cubres y que transforma en flores la andanada de piedras, y flechas y cuchillos que el destino me lanza en estos días.[7]
Finalmente, lo que palpita en el puñado de poemas que congrega el libro de Baudelio Camarillo, como vena intangible de la luz, es un profundo amor por la vida que, a pesar de buscar consuelo en el pasado de un paraíso perdido, resiste en el presente:
Puedo decir que amo la vida,
que hasta el último día la amo, aunque me dé la espalda,
aunque me ponga trampas, rencorosa,
aunque cada traición sea un martillazo sobre mi mano abierta.[8]
La realidad, en la que el tiempo abre grietas a cada segundo, duele: duele la vida sobre la piel, duele pero también asombra, porque no pierde nunca su esencia de milagro ―no hay manera de explicarla en cada árbol o animal o lluvia―. Por esta razón, sugiere el poeta, es necesario amar la vida en la luz de este instante, único e irrepetible, que avanza hacia el fondo de la noche donde todo se extingue.
[1] Baudelio Camarillo, Al fondo está la noche, Capítulo Siete, México, 2018, p. 11.
[2] Ibid., p. 17.
[3] Ibid., p. 21.
[4] Ibid., p. 13.
[5] Ibid., p. 14.
[6] Ibid., p. 34.
[7] Ibid., p. 55.
[8] Ibid., p. 23.