I
¿Quién es el autor de los luceros?
¿Quién sella mis labios y responde
cuando solo soy?
¿Quién
dentro de mí
alumbra la terrible inocencia
desde el día de nuestro nacimiento?
II
¿Quién se reconoce en mí,
epiléptico grano de sal color enfermo
en abstinencia prodigiosa?
¿Me reconoce
sombra sobre mi cuerpo?
Bajo la lengua vibra y del pecho brota
serpiente en roja danza.
Ahí
En la caricia hiriente de la soga bienhechora,
en el instante pétreo de la herida
–ventana harta de colmillos–
el fuego y la carroña y del cadáver
la escultórica pendencia
retan la locura
(pupila absorta y rata muerta a golpes por la lluvia).
Ahí
Aunque se desencajan rostros bajo mi rostro
escribo
blanca línea deletreo: inhalo cristales oscilantes.
Substancia amarga agita la memoria.
Gélidas falanges escarchan la esperanza
agrio placebo contra el terror del nacimiento
ahogo el signo que me impacta
y en la obscuridad florecen nombres:
mi cuerpo luminoso en su caída necia.
¿Qué herida más sangrante que la luz?
¿Qué ceguera más limpia, el silencio?
III
La furia del relámpago resuena
el trueno que sale de su boca
cimbra el horizonte
cínico silbido, pájaro de luz
eriza la retina mineral.
Serpientes incendian mi garganta
serpientes en las venas, serpientes en el pecho.
Palpita, daga la pupila, ojo de serpiente
boca entreabierta en templo de cristal.
Sobre fragmentos de espejos
me estremezco
lágrimas de azufre cicatrizan
líneas rojas.
¿Soy el haz o el envés?
IV
Relámpago en la zarza, susurro de vacío
el Destructor despierta, se reconoce en mí.
Ciego dios me entrega a su sueño
irrefrenable
antigua angustia que al asombro embiste
sella signos bajo mi lengua.
El astro de tiniebla se derrumba
rota torre, derriba nuestro cuerpo,
vaso de sombra, cáliz del dios ciego
de amor, enfermo.
En el hueco de una estrella
diminutos planetas de penumbra
desaparecemos.
V
Pobre, ay de ti, Jerusalem:
ya solo sueñas manicomios, cárceles
y cementerios: sinagogas de tu engaño.
Pobre, ay de ti, Jerusalem.
Si no odias el fracaso
lo odiará el que sobreviva.
Pobre, ay de ti, Jerusalem.
De ti sólo persiste raíz de sol amarga.
¿Por qué nunca amanece?
VI
En fuga se disuelve, la luna en carcajada
sin máscara, sin nombre, se complace
el dedo sobre el labio, indica su designio
: Silencio.
Por los siglos de los siglos
repite su epitafio:
Hermoso es lo feo y es feo lo hermoso
Y los sueños… ¿sueños son? y los muertos, ¿muertos están?
Neblina en el espejo nos absuelve de la imagen.
VII
Tres noches de pie en la montaña
¿De dónde el vértigo al cerrar los ojos?
He visto los reinos de la Tierra
¿Dónde más enmudece el fuego?
Aquí
en la hendidura amarga
todo hiere.
Aquí
el mundo ya no basta.
Aquí
el Silencio
sucumbe ante el silencio.
VIII
Mientras la luz se agota en mi garganta
alguien devuelve el aire
contra el viento.
Alguien nos observa.
Alguien
no respira
mientras leo.
José Natarén. Promotor cultural. Secretario técnico del Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura. Estudió física y matemáticas en la Universidad Autónoma de Chiapas. Ha colaborado en proyectos de investigación documental de carácter literario y filosófico; con el Sistema Chiapaneco de Radio y Televisión (2006-2012) y con la Radio de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (2017).