27 Jul 2024

79. LUIS ANTONIO DE VILLENA. AMIGO QUE PASAS, DETENTE UN INSTANTE POR YORDAN ARROYO CARVAJAL

-12 May 2024
Crítica

 

Amigo que pasas, detente un instante.

 

Por: Yordan Arroyo

Universidad de Salamanca

 

 

Con unas muy modestas palabras quiero presentar a Luis Antonio de Villena, poeta (asociado a los novísimos), traductor (de autores franceses, latinos, de la Antología palatina, entre otros), ensayista (desde textos antiguos hasta actuales, incluidos jóvenes) y antologador (resuena su famosa antología de los así llamados postnovísismos) español nacido en Madrid en 1951. En especial, me referiré, con autorización de su autor, a los nueve poemas que he seleccionado para la revista Nueva York Poetry Review, los cuales van, sin pretensiones de incluir todos sus libros, ni siquiera los más recientes, desde Proyecto para excavar una vía romana en el páramo (2012) hasta El viaje a Bizancio (1978).

Quise empezar con “Epitafio”, poema que me atrapa rotundamente, porque este modo de presentar su poesía me permite referirme mejor a algunos aspectos que captan poderosamente mi atención. Aparte de sus textos de temática más relacionada con el campo social y sus incursiones en poemas en prosa durante los más recientes años, muestra de la cual he prescindido en esta ocasión, aunque ya habrá oportunidad de referirse a ella en otras oportunidades, es visible aquí la presencia de las máscaras de un poeta, quien a vísperas de los sesenta años de vida ha decidido mirar hacia la infancia, contemplar, desde el vacío, las dimensiones de la belleza en los diferentes horizontes de las juventudes, en aquello, a modo de oxímoron, que ya se fue y a su vez permanece en la eternidad del lenguaje (en donde es posible el desapego del ego para darle voz y cabida a otros, entre ellos al lector) y la memoria: un pasado vivo y atemporal que juega con la madurez del presente.

Si no supiéramos su nombre ni datos de su biografía, podríamos pensar que estamos, en términos etarios, ante la obra de un autor que poetiza sus momentos de juventud (con gran madurez, precisión, belleza y sensibilidad), lo cual le permite, en “Epitafio”, presentarse como un joven que ha muerto (he ahí una de sus evasiones) y mostrar lo que nos comprueba el resto de su obra: lector y conocedor de literaturas y momentos distintos de la historia (Grecia, Roma, Edad Media, modernidad y posmodernidad), un amante del universo (citando las palabras del poeta y mi profesor Juan Antonio González Iglesias en el prólogo de Alejandrías: un romántico posmoderno), un creador de belleza incluso en lo decadente y pesimista, un hombre que ve, en un chico, un instante de lujo y en fin, un poeta (como él prefiere presentarse, a pesar de su carácter polifacético).

La poesía de Villena nos aproxima a los alrededores de la juventud (volviendo a ese joven que publicó su primer poemario con tan sólo 19 años de edad y que, desde antes, ya destacaba por su mente brillante y dinámica) y la vejez [“tediosa y terrible”] y de la vida: bella y cruel al mismo tiempo. Nos es para nada una casualidad que la voz lírica le diga al lector: “Como tú, pensaba que este mundo es oscuro y sucio, y crueles y necios” [jugando con el tiempo, porque no dudo de que lo siga viendo así] y poco más adelante se nos muestre fielmente horaciano y epicúreo: Atrapa el presente, amigo. / Goza y no tengas miedo. […] pásalo lo mejor que puedas... […] Te lo dice quien, sin dolor, / no temió partir, porque al final, lejos de ideales materialistas: somos Nadie en medio de Nada.

Así, el poeta no abandonará el tema de la muerte, pues ella llega a convertirse en su amiga (no olvidemos a Lucrecio, quien nos aconseja vivir lejos de los temores, incluso los de la muerte) y por eso, en el segundo poema “Relato, en enero, de un monje solitario”, la nueva máscara es la de un monje, quien indaga en su interior y hace de sus palabras mundos llenos de belleza, sensaciones, musicalidad y ritmo encadenados a la polisemia del color blanco, pero también de contrarios que se complementan muy bien: Ves y no ves. Todo es oscuro y claro, estás solo / y ves gente que está sola y te hablan y hablas, y permiten la apertura de dimensiones múltiples: Hay solo un alma blanca. Muerta entre frío y muertos, que sólo se pueden alcanzar a través de la armonía y el silencio. Esto nos ayuda a entender porque Villena, además, en su disciplina como ensayista y articulista insiste en la mediocridad artística que abunda en los espacios cibernéticos. Aunque su alma joven sigue viva, es un alma de un joven monje, arquetipo de lo sabio y por eso tiene claro que el poeta necesita de la soledad y del silencio o de los eneros más fríos y llenos de nieve, pues sólo allí pueden tener lugar la contemplación, la imaginación y el asombro.

Por su parte, ya adelantaba que Villena es un poeta de la vida, que piensa, reflexiona y cuestiona rotundamente diferentes asuntos que suceden alrededor de ella, una muestra clara es su poema “La nobleza de la condición”, en donde ahonda en las más grandes y maléficas sombras del ser humano, entre ellas, la de la envidia, la cual se ofrece como un delicioso cóctel, aunque es todo lo contrario: sabe amargado y añejo y por eso, lo mejor es mantenerse alejado de ella, pues no hay diferencia entre un envidioso y un carnicero destazando a un animal para que los demás lo devoren.

También, en la muestra que he seleccionado, aparece otros de los puntos esenciales de la obra de Villena: su paganismo. Su posición es sincera y éticamente rotunda contra ciertas dimensiones moralistas del catolicismo, entre ellas el pecado y por eso, en su poema “Ni memoria ni olvido” regresa a su infancia y habla no con Dios, sino con los dioses, a quienes se dirige con una ironía picaresca: Quise habitar un palacio de olvido. Y no pude. / Afortunadamente, dioses, no he podido. Pues si / es un arte olvidar, también lo es (y terrible) / volver virgen a morder aquella fruta podrida, recurso que se asocia a uno de las vigas fundamentales de su obra: un homoerotismo que encuentra vida en la belleza del lenguaje, de sus símbolos, ritmos y metáforas: edén de palabras y sensaciones.

Basta con leer “Magia en verano”, en donde los amados (siendo constante el tema de la juventud) se van consumiendo conforme la luz se vuelve sombra y los cuerpos desaparecen para permanecer en la magia de la tarde que es igual a pronunciar la palabra DESEO. También, “El invierno de la Edad Media” nos traslada a una radiografía corporal desde lo sensible de la belleza, que se convierte en emoción, en evasión de aquello que pueda concebirse como “cruel” en la vida (para concentrarse en lo sublime) y en referencia a tópicos significativos para hacer muestra de un poeta cultísimo, tal es el caso de las referencias al fuego asociadas al deseo (presentes ya desde la Safo) y la oscura noche, para lo cual me resulta imposible no pensar en San Juan de la Cruz. Aquí, el poeta, contempla el acto amoroso como una experiencia espiritual, propia de su paganismo, asunto que asume (como un acto único y eterno) a través de un juego de símbolos en un poema estéticamente bello, como lo es “Celebrando delicia y ternura”. 

Por último, sin dejar de lado el tema del amor (el cual recupera de diferentes tradiciones, entre ellas también Platón [como lo vemos enseguida]), en «Palabras de un lector del “Fedro”» y en “Emblema sobre un tópico antiguo”, el compromiso con las dimensiones de la juventud como alegoría de la belleza canónica o del significado del propio poema, que debe huir, desde su propia temperatura, a las arrugas y al olvido, y la fusión de lo antiguo y lo presente o lo cotidiano, nos encontramos nuevamente con la máscara de alguien muy culto, de un poeta inteligente (que convierte la belleza en ideas), apela por el Carpe diem horaciano, por el gozo y el aprovechamiento del día a día porque sabe que este es fugaz, tal cual la copa de vino (Dioniso), sabrosa y bella por un tiempo (según el lapso de degustación), luego ya vacía y sucia.

En fin, los nueve poemas aquí seleccionados de Luis Antonio de Villena dan muestra de una obra constante y fiel con ciertos temas, tratados de formas distintas, lo cual da testimonio de un poeta cuya alma sigue siendo de un joven sabio que ha sabido encontrar un elixir para su alma en la belleza de las palabras.

 


 

EPITAFIO

 

Amigo que pasas, detente un instante.

Yacen aquí las cenizas de alguien

que no pidió venir (al que nada

le hubiese importado no venir)

y que, sin dolor, nunca temió irse.

Como tú, pensaba que este mundo

es oscuro y sucio, y crueles y necios

la mayoría de los hombres, avaros y egoístas.

Hay momentos de lujo: la belleza

y el arte. Los chicos y los libros.

Él no buscó más. Y agradece

a los dioses que le impidieran llegar

a la vejez, tediosa y terrible.

Atrapa el presente, amigo.

Goza y no tengas miedo.

El mundo no tiene arreglo

y los hombres tampoco. Suciedad

y traición colman la vida.

Coge los momentos fugaces de luz

y calienta con ellos la tumba.

Aquí sólo hay silencio y olvido.

Claro que hubiera dado igual no venir.

Pero ya que llegaste (sin pedirlo)

pásalo lo mejor que puedas...

Te lo dice quien, sin dolor,

no temió partir. Y lo hizo de golpe preciso.

Tranquilo, el Averno es benigno.

Y en verdad nada es peor

(salva los dorados momentos de oro)

que la vida misma. La inclemente

y dulce vida. Entrar, salir... No temas.

Nada hay, sólo el presente existe.

Sé feliz, caminante. Me llamo Nadie.

Como tú, como aquel, como todos...

Nadie descansando en Nada.

 

De Proyecto para excavar una vía romana en el páramo (2012).

 

 

RELATO, EN ENERO, DE UN MONJE SOLITARIO

 

Con la edad imaginas la muerte en el invierno:

es todo de hielo y enormemente blanco.

Más que frío de frío, en lo adentro está el frío,

que ni duele ni calma, ni sosiega ni enerva...

Los fantasmas visitan al que piensa en la muerte.

Inconcretos fantasmas que son todos y nadie.

Rostros conocidos, telas blancas, almas blancas, pero

cuerpos sin nombre. Cuerpos blancos de frío y de ceniza.

Tú estás en la ventana mirando el mundo muerto,

blanco como el suspiro y frío, nieve y negro.

Ves y no ves. Todo es oscuro y claro, estás solo

y ves gente que está sola y te hablan y hablas,

pero sin aire no hay voz, ni ruido ni ternura…

Hay solo un alma blanca. Muerta entre frío y muertos.

 

De Los gatos príncipes (2005).

 

 

LA NOBLEZA DE LA CONDICIÓN

 

Todos - casi todos - esconden un puñal.

Sólo esperan el momento mejor para clavarlo.

En tanto, sonríen, saludan, ponen buena cara,

pues algún gesto o cara hay que poner...

 

Los perros de la envidia, los osos arrogantes,

el orgullo como gigantes hormigas,

la altivez espantosa, la ingente vanidad

egomaníaca y en tiña como un pez enfermo,

llenan ese cóctel que en apariencia es

sólo batintín de palabras cordiales pero huecas.

El puñal y la horda aguardan su momento.

 

Cuando llegue, todo será carnicería y fango.

Aplastados, heridos, humillados o rotos entre sí

los altaneros hombres celebran su destino.

 

De Desequilibrios (2004).

 

 

NI MEMORIA NI OLVIDO

 

Yo quise olvidar, estoy seguro. Incluso

aceleré tanto los caballos lujosos de mi vida

que pude haber llegado más allá del olvido.

Pero si hay arte en olvidar, cuando el recuerdo

vuelve, no como nostalgia sino cual boca viva,

también ha de haber arte en no sucumbir

a esa trepidación de odio, tristeza y futuro

que es el recuerdo no deseado, aquel garfio

que resultó, a la postre, más potente que la fantasía.

Quise olvidar. Quise tapar al niño negro que fui,

a esas tardes tan tristes, a los días violentos,

al extraño odio de unos camaradas de piedra...

Quise habitar un palacio de olvido. Y no pude.

Afortunadamente, dioses, no he podido. Pues si

es un arte olvidar, también lo es (y terrible)

volver virgen a morder aquella fruta podrida.

De Las herejías privadas (2001).

 

 

MAGIA EN VERANO

 

Me recreo ante tu cuerpo como ante un paisaje

imprevisto. Me sorprende verte en la desnudez juvenil,

y ansío recorrerlo, como una anhelada geografía.

Me ves pensando en la umbría vegetal de algunas

grutas, o en el agua del muslo donde brillan las venas.

Me perderé en un bosque que cruzo con mis manos,

y pediré una larga estepa donde los labios hablen.

Me ves sorprendido, anonadado, pensando en habitarte.

Y tú, mientras, te abandonas al cálido primor del aire.

Te dejas en la luz, que te navega; y si miro tus ojos

vuelvo al jardín oscuro donde es verano el verde.

Te miro otra vez y casi no te creo posible. Fulges,

encantas, guarda tu cuerpo el hechizo insabido de la tierra.

Y despacio sonríes al irme yo acercando, atónito,

hacia ti mientras el sol nos cubre con su luz, nos desdibuja,

y nos va metiendo en la calma inmensa y rubia de la tarde.

  

De Afrodita mercenaria (1998).

 

 

EL INVIERNO DE LA EDAD MEDIA

 

Desaté tus sandalias

y te besé los pies. Fríos, estaban fríos

y hermosamente rojos de la nieve.

Tumbados junto a un fuego de encina,

entre ese olor vegetal y cálido del mundo,

oíamos a los monjes cantar salmos, muy oscuramente…

¡Tu cuerpo hermoso! ¡Cómo besé tu cuerpo,

tan blanco, dulce y fuerte, mientras te entredormías!

Tragué tu sexo entero.

No podía olvidar que caminábamos juntos, flagelantes,

hacia el perdón y hacia la penitencia…

El silencio parecía un gigante

y el rezo de los monjes el retumbe de un barco en la galerna.

No sé si me decías:

¿Estamos cerca ya del final de los tiempos?

Tu cuerpo de tan recio me parecía dulce.

Dulces fríos tus pies. Dulce tu axila.

Tu cuerpo, con el sayal subido.

Tu cuerpo erecto allí.

No sé adónde íbamos. Era el más duro invierno.

La nieve más profunda. Y la voz de los monjes

retumbaba en la piedra.

La música – dijiste – la música

Tus labios eran rosas, suavemente rojos

como tu dulce cuerpo…

Hermano mío de tiempo y penitencia.

¿Qué hacemos los dos juntos? ¿Dónde vamos?

¿Dónde nos lleva el miedo? No es la peste, no el hambre.

El viento ruge en el claustro de piedra.

Los monjes cantan en plegaria de sombra.

Estamos solos, tú y yo, hermanito. Solos…

Es una Edad Media interminable. Fuego ahí, en la noche oscura.

 

De Asuntos de delirio (1996).

  

 

CELEBRANDO DELICIA Y TERNURA

 

Para A.

 

Y aquel círculo sacro cerró entorno nuestro.

Todo era oscuridad y atmósfera callada.

Un centro nos unía y una emoción muy cálida.

Los cuerpos se rozaban exactos y encendidos,

y la piel profería su lenguaje perfecto.

Una dulce pasión en un círculo negro,

mientras la hoguera llena de sentidos el tiempo

y me cuenta tu mano la maravilla toda.

Si algún día he de hablar en favor de la vida,

no olvidaré esa noche en el círculo ciego,

ni a ti, que me enseñabas minucioso lo eterno.

 

De Como a lugar extraño (1990).

 

  

PALABRAS DE UN LECTOR DEL “FEDRO”

 

Cuando se ofrezca a ti la Belleza,

cuando sacuda su pelo un minuto en

el viento, cuando brille su torso espléndido,

acéptala como el presente de un rey

magnánimo. Complácete en su figura

joven, en su oro súbito, en su pecho

terso, que apareció sin saber por qué,

en horas extraordinarias o cotidianas.

No preguntes jamás qué significa

aquello. Es incorrecto demandar al rey

por su regalo. Incorrecto e inútil.

Acéptalo nada más. Mira el don fugaz,

y goza, hazlo tuyo si puedes. Desea.

Porque pronto, ya sabes, se tornará ceniza,

y la Belleza, tras el deseo, es tan sólo memoria.

Y no olvides que la última elegancia

es la tierra imaginada. El doncel que

busca al dragón. Su espera en la noche.

 

La armonía de su cuerpo que sueña diosas lejanas…

 

De Hymnica (1979).

 

 

EMBLEMA SOBRE UN TÓPICO ANTIGUO

 

Me gustaría invitarte una noche (y aún lo espero)

a charlar, para que te vieran, y a tomar una copa juntos.

(Porque es emocionante discurrir junto a un cuerpo tan hermoso

y tan joven, y verlo con deleite, sin prisa, y que lo crean tuyo).

Y cuando el camarero nos tendiese la copa, exuberante,

grata, y colmada de algún licor entre el hielo y el oro,

a la luz íntima y brillante de las lámparas, Vitucho,

te diría: ¿La ves? Fulge el cristal, y el licor rebosa.

Tras un breve rato, aún en plena noche, estará vacía

y sucia. Las huellas de los dedos pegadas al vidrio. Ida.

 

Y te diría que tu adolescencia es, ahora, como esa copa

rebosante. Te lo diría, y te miraría y esperaría que entendieras.

 

De El viaje a Bizancio (1978).

 

 

Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) Es licenciado en Filología Románica. Realizó estudios de lenguas clásicas y orientales, pero se dedicó nada más concluir la Universidad, a la literatura y al periodismo gráfico y después al radiofónico. Además, ha dirigido cursos de humanidades en universidades de verano y ha sido profesor invitado y conferenciante en distintas universidades nacionales y extranjeras.

Publicó, aún con 19 años, su primer libro de poemas, Sublime Solarium. Su obra creativa -en verso o prosa- ha sido traducida, individualmente o en antologías, a muchas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (1981) -poesía- el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio Internacional de poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007 recibió el II Premio Internacional de Poesía “Viaje del Parnaso”. Desde noviembre de 2004 es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lille (Francia).

Ha escrito y escribe artículos de opinión y crítica literaria en varios periódicos españoles desde 1973. Ha colaborado en numerosos programas televisivos y sobre todo radiofónicos. Actualmente colabora en El Mundo y en Radio Nacional de España. Ha hecho distintas traducciones, antologías de poesía escrita por jóvenes y ediciones críticas.

A pesar de sus múltiples actividades, y de su gusto por la narrativa y el ensayo, cuando le preguntan, no duda en calificarse como, básicamente, poeta.

Además, Villena es noble. Javier Marías -actual monarca del Reino de Redonda– le otorgó en 1999 el título de Duke of Malmundo. Por el momento, su obra completa en poesía fue publicada en 2022 por la editorial Milenio y se titula La belleza Impura (Poesía1970-2021).

 


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