10 Dic 2024

519. POESÍA MEXICANA. JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

-06 Jun 2024
Poesía

 

NYPR: Serie OnDemand

presenta a

Jorge Valdés Díaz-Vélez

 

Curaduría: Sean Salas

 

 

DESIERTO ADENTRO

 

Recordarás el mar, el alba siempre

gris de sus espumas, aquel hipnótico

fulgor de la resaca. Has de olvidar

tus pasos en los círculos del agua

donde no asomará tu rostro niño,

ni el de aquella muchacha y una tarde

que hundió para siempre. Sin saberlo,

sabrás que el mar oxida lo que toca

y que sólo conoces de la arena

vestigios de su eterna retirada.

No emergerá la sal pegada al cuerpo

con la fresca sonrisa de otros días,

o el pensarte tan frágil, a merced

del hondo firmamento del oleaje.

Encima de tus párpados, la noche

será un aullido más de la jauría.

 

 

NADIE

 

                                                                        Para Piedad Bonnett

 

Volví a Ítaca, a sus médanos

de bruma evanescente, al río

que la traspasa y a las calles

que mi memoria soñó hermosas.

Degusté el sexo de los higos,

la pulpa de un dátil, el cálido

resplandecer de la aceituna.

Fui un extranjero entre los míos.

Nadie advirtió que tras la máscara

tallada por la espuma, iba

yo, el heroico (ese mendigo

sin sombra que salió una noche

de lágrimas al mar) Ulises,

el pródigo en historias vuelto

del más allá de su leyenda.

Antes que el alba, regresé

a la costa y enfilé al sur.

No reconoceré los muelles

a donde vaya mi deliro.

Sólo sabré que estuve en Ítaca

para reinar sobre mi espectro.

 

 

RONDÓ

 

I

 

Una rosa de arena. Una ventana

al sur del horizonte y el vahído

del próximo edificio. Estoy dormido

y despierto en el alba tan lejana.

 

Pero el sueño es tenaz, su imagen vana

congrega en los cristales lo escindido:

el hallazgo en la piel de un sol erguido,

cierta ínsula del mar que la profana.

 

El tallo de la flor sube al instante

que vela en el umbral. Deshabitado

de mí, oigo el oleaje y su cambiante

 

vaivén de claridad. Su golpe alado

regresa de la espuma silenciosa

los pétalos de sal que urdió la rosa.

 

 

II

 

Lenta, pero deprisa, la ruptura

del tenso amanecer dobla una rama

y subraya el contorno de la cama

con sus dedos turgentes. No hay premura

 

en el ámbar del viento ni en la impura

forma de plenitud. Sólo derrama

su fragancia la flor que arde en la llama

cautiva de raíz por su hermosura.

 

Desde su vastedad, llevo mi mano

hacia el pubis rosáceo de la aurora.

Voy hacia el corazón que se demora

en dar a su cadencia el fruto humano

 

de la noche que al irse difumina

el cáliz natural de cada espina.

 

 

III

 

Frente al mar del peñón ha vuelto el día

a reinar en la rosa. Su lenguaje

crea en el ventanal otro paisaje

y un mástil contra el sol que se deslía.

 

Entra, cubre la página, vacía

el íntimo esplendor de su equipaje

en el vuelo rasante del follaje.

La corola escarlata en agonía

 

bosqueja su quietud, el fuego lento

del cielo estremecido, el pensamiento

fijo como el fluir de la distancia

que media entre el otoño y esa estancia

 

cerrada en su oquedad. Abro los ojos:

Aún están aquí tus labios rojos.

 

 

PORTBOU

 

Diciembre en un andén. De vuelta a casa,

aguardo la llegada y la salida

de un tren que ha de llenar el túnel de humo,

las bóvedas de hierro con estruendo.

No hay nadie, o casi nadie, salvo un hombre

taciturno sentado a pocos metros,

que pela una naranja con las uñas

y recita las «Coplas a la muerte

de su padre». Las dice en voz muy baja,

pero alcanzo a escuchar algunas líneas

endurecidas ya de tanto oírlas

en labios del temor, cuando era joven

el mundo y otra piel me levantaba

al tacto de un destello. A estas alturas

de la noche no soy distinto a él,

que viaja a una ciudad que desconoce

la oscura procedencia de mis pasos.

Subiremos al último convoy

que pasará o partió quién sabe cuándo.

 

Debe tener mi edad, o yo la suya,

y un mismo agotamiento compartido

por la luz fluorescente de las lámparas

y la sombra que somos. Las estrofas

salen de mi memoria hasta su boca

igual a una casida en las arenas

cambiantes de lugar y no de sitio.

El hombre se incorpora, mira el fondo

metálico del viento contra el frío

que corre paralelo y se interroga:

«otros tiempos pasados, ¿cómo se hubo?».

 

Con el sol diminuto entre las yemas

regresa hasta la banca, resignado

a morder las semillas de unos versos

y seguir en espera del que, acaso,

quedó en otra estación y en otra época

de cáscaras amargas por el suelo.

 

 

Jorge Valdés Díaz-Vélez (Coahuila, México, 24 de septiembre de 1955). Ha publicado diecisiete libros de poesía. Los más recientes son: Tiempo fuera (1988-2005) (México, UNAM, 2007), Los Alebrijes (Madrid, Hiperión, 2007), Kilómetro cero (Saltillo, Universidad Autónoma de Coahuila, 2009), Qualcuno va (-edición bilingüe español-italiano) Foggia, Sentieri Meridiani Edizione, 2010), Otras horas (Santander, Quálea Editorial, 2010), Herida Sombra (Monterrey, Postdata, 2012), Nudista (Saltillo, Secretaría de Cultura de Coahuila, 2014) y Parque México (Sevilla, Renacimiento, 2018). Es miembro distinguido del Seminario de Cultura Mexicana y ha sido también miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Se le han otorgado el Premio Latinoamericano Plural (1985), el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1998), el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2007) y, con Mapa Mudo, el primer Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado (2011). Ha sido traducido al árabe, francés, griego, italiano, portugués, neerlandés, rumano e inglés. Parte de su obra está incluida en numerosas antologías de poesía mexicana e iberoamericana publicadas en México y en otros países de América Latina, así como en Argentina, Bélgica, España, Reino Unido, Italia, Grecia y MarruecosComo Miembro de carrera del Servicio Exterior ha sido director del Centro Cultural de México en Costa Rica y del Instituto de México en España, países donde además fue Consejero cultural. También se desempeñó en las embajadas de México en Argentina, Cuba, Marruecos y Trinidad y Tobago, y en el Consulado General en Miami, Florida, Estados Unidos de América.

 

 


Compartir