31 May 2023

476. POESÍA COSTARRICENSE. CAROLINA QUINTERO VALVERDE

-26 Ene 2023

 

TERABYTE

 

i

Mi vida de los últimos 10 años:

10 mil fotos,

7 mil documentos,

4 mil canciones;

apenas una pequeña línea de un terabyte.

 

Todo  en carpetas,

pequeños íconos

que se activan como neuronas

y despliegan el recuerdo.

 

ii


Conecten el disco,

exploren,

no me compriman,

no envíen la memoria

a la carpeta de reciclaje;

acá estuvimos nosotros,

los millenials,

celebramos el fin del mundo

en el 2000

y lo reconstruimos todo

desde el minuto 01 del 2001.

 

"Digital natives"

fotografiamos todo desde un celular:

los cambios en el cabello,

la destrucción del lugar

donde nacimos,

los momentos armados

para parecer dichosos.

Respaldamos la felicidad

para hacerla indestructible.

Es tan fácil acariciar un teclado

y borrar el amor            el deseo.

 

La pausa en la garganta,

al borde del precipicio   al filo de la pantalla,

esperamos llegar a algún sitio.


Dormimos con el teléfono entre las manos,

su luz nos alumbra

en medio de la nada.

 

 

EN EL BAR DE ESTA ESQUINA,

mi madre pasa su infancia,

la niña más hermosa

que alguna vez trajo un padre.

 

Mi abuelo ve su vida

en los rieles del tren

donde murió su padre,

la fricción de todo lo que ha salido mal,

mientras llega al hospital

a despedir a su madre.

El alma de la bisabuela

escondida en alguna parte de Barrio Amón.

 

Miro los nombres de los moteles a mi paso,

sus ofertas,

sus sábanas como periódicos

con todas las historias que no fueron.

 

Desnuda

en la esquina de uno de sus cuartos,

con la luz amarilla de un bombillo

y el reflejo en sepia de las cosas.

 

Mi bisabuelo arregla repetidas veces

el tren negro de la Northern,

que  descansa

en la Estación del Atlántico.

Percibo su presencia de ave

que vuela sobre la presa del tiempo.

Me siento en la acera de esta calle

y lo espero.

 

 

MIGRACIONES

 

Lejos

las grandes migraciones animales:

los salmones que regresan

a su casa de agua dulce,

las tortugas de mar

que desovan en la playa donde nacieron.

 

Acá,

nos falta magnetismo,

cierta noción del espacio y del tiempo

que nos indique hacia dónde ir.

 

Una brújula dentro de las mariposas

las hace recorrer miles de kilómetros

sin perderse.

Los osos olfatean vida

a kilómetros de distancia

y los elefantes recuerdan siempre

a sus muertos.

 

Nosotros,

tenemos el recuerdo frágil

y una marca en los cromosomas

que nos hace huir

por mar por tierra.

Así,

migramos de un olvido a otro

guiados por el instinto.

 

 

RADIOGRAFÍA DE LAS COSAS

 

Ajusto el peso exacto de mi equipaje

en dos maletas.

Recuerdo la arquitectura de la habitación,

si en alguna de sus esquinas

olvidé algo.

Miro el libro que dejé bajo la cama,

el único pijama que me daba calor

y usé la noche antes de partir.

 

Me pregunto:

¿Qué se mirará de nuestro equipaje

en las pantallas de los aeropuertos?

El perfil de sus formas,

la conformación de sus átomos.

 

¿Y si pudieran ver lo que dejamos?

Lo que en el último minuto

decidimos abandonar,

lo que empacamos primero

y lo que decidimos tirar.

 

A treinta y ocho mil pies de altura

repaso la lista mental

de lo que llevo.

 

El camino está oscuro.

Los edificios son apenas perceptibles.

La sombra de las nubes

pesa sobre las llanuras.

 

Mi país se hace una pequeña mancha,

también mi reflejo                     en el vidrio.

 

 

LO HE INTENTADO TODO

 

Levantarme con vos

hasta que el sol nos estorba,

sostener tu mano

cuando estas inquieto en la noche,

albergarte en mi cuerpo

como si yo misma

no fuera un país desorientado

sobre el mapa,

abrazarte con fuerza

cuando estas por irte

y cuando regresás.

 

Pero te estorba la frase que digo

y la que guardo,

a veces

ya no querés sentirme cerca.

Y algo muy en lo profundo de mí

te altera     te hiere,

algo mío que no tenés

algo que crees que va a escaparse,

como nos fuimos nosotros

de otras personas

que también nos amaron.

 

Algo de que no aparezcás en mis sueños,

que me sueñe en otro sitio.

Algo de que esta

                        no sea mi casa,

aunque lo deseara

aunque lo repita llorando

en medio de la noche.

 

La madrugada me despierta

con el sueño dulce

de mi propio cuerpo

amparado en sí mismo,

como serpiente que se enrolla

y observa.

 

 

IMPRONTA

 

Dos años dijo mi madre,

en dos años abuela tendrá 80

y debemos hacer una celebración.

Le dije:

vos tendrás cincuenta

y también lo celebraremos.

Mi hermana entrará a los 30.

Yo estoy en la segunda década,

siento los años de abuela y mi madre

sobre mí,

sus intentos de felicidad.

Y me pesa cada pie

que despego del suelo,

cada lucha íntima contra la gravedad.

Bendigo la brecha:

esa dimensión que nos formó los sueños

en diferentes capas de la atmosfera.

Bendigo sus manos,

sus sexos que decidieron parir.

Bendigo el mío

que les duele y me duele.

Bendigo a las generaciones

de las que no quiero ser culpable.

 

Como en los libros bíblicos

repito mi genealogía:

Carolina hija de Claudia,

hija de Carmen,

hija a su vez de otra Claudia,

hija de Adelia.

En mis manos guardo sus gestos

y entrego el amor

como único legado.

 

 

CIERRO LOS OJOS:

Tengo 6 años y recorro un jardín

que ahora se hace diminuto,

huelo cada hoja

sobre el suelo,

toco cada arbusto.

 

Abro  las gavetas de un estante,

apenas alcanzo las perillas,

encuentro una botella de agua florida.

Abuela dice que su padre

la usaba para limpiarle  las costras.

Su olor se me impregna en la frente

cuando estoy enferma

y logra curarme.

 

Tengo 8 años

(Una mano entera

y los dedos de la otra formando un revolver).

 

Aun no hay muertos en mi vida,

irán llegando de a poco.

 

Teníamos varias tortugas,

Pensé que nos sobrevivirían,

ahora siento sus caparazones

bajo mis pies

con nuestra inocencia adentro.

 

Impregno un paño

de agua florida como cloroformo,

los ojos se me cierran.

 

En este sueño

los abuelos no han muerto.

No podría despedirlos,

preparar sus cuerpos,

cubrir sus orificios con algodones,

acariciar la rigidez.

 

Atraigo todos los olores de la infancia,

respiro profundo.

-Los abuelos viven-, me digo.

Duermen en sus casas,

esperan el pago de la pensión,

su próximo viaje,

nuestro regreso.

 

Duermo en mi casa,

con los revólveres de mis manos

apuntando hacia alguna parte.

 

 

VALLE DE LOS GEISERES

 

Lanzo un puñado de tierra

sobre el abuelo muerto,

el terreno está húmedo   y tropiezo.

 

Hundo las rodillas en la tierra

y trato de sentir sus restos.

 

El cementerio es un valle de geiseres.

 

Sube el vapor de los cuerpos;

debajo de sus ojos está el fuego.

 

No quiero mis manos cruzadas

sobre el pecho,

ni una cruz amenazando mi cuerpo.

Quiero los ojos abiertos

y que nadie se asome en ellos.

 

 

Carolina Quintero Valverde (San José, Costa Rica, 1989). Formó parte desde el 2006 del taller literario Netzahualcóyolt. Publicó su primer libro Pequeña muerte en el Ártico, con editorial Perro Azul en el 2010, como parte del proyecto Poeta Joven y su segundo libro Datos Adjuntos con editorial Espiral en el 2016. Sus poemas han sido publicados en diversas revistas latinoamericanas y algunos han sido traducidos al italiano y al francés. Ha participado en diversos festivales y encuentros de poesía en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, México y en su país. Es egresada de la carrera de medicina de la Universidad de Costa Rica y posee una maestría en Salud Pública y Epidemiología.

 

 



Compartir