EL TRASTORNO ELEMENTAL ENTRE LAS COSAS Y EL TIEMPO
Siempre llovía el treinta y uno de diciembre,
pero nunca nada interrumpía la quema de los monigotes,
el dulce aroma de la cena asaltaba los rincones de la casa
invadida por los invitados y la noche
acompañada en un instante al fuego al humo y a las detonaciones.
Olvido de mí quien fuera aquel músculo negro, el papel dolorido
que desde un cuerpo existe también
como una lenta órbita allí en el nacimiento de los lacrimales,
en el espeso vaho del hastío, en medio de la historia que se arrolla
como un tranvía que entra aquí dormida, aquí en la pupila del jarrón o de las lámparas, aquí más que en cualquier otro llanto.
Sólo es triste el signo del amor a veces,
cuando el rostro que palidece hasta la luna de otoño
es la serpiente que lastima la vida vacía de los hombres;
nunca más los años fueron nuevos, afuera el resplandor llegaba en el saco del correo, insensiblemente, con una voz coral que era capaz de romper las copas;
en ocasiones retroceden rebeldes los minutos pares y se van quitando sin cuidado las guirnaldas, sobre todo viajamos por el mundo si es el día en el que quiero ver pirámides y monolitos, los remotos elefantes de una India tal que es un desierto árido y también remoto,
las azucenas golpean de frente al viento celeste que sufre siempre de ese cielo marchito que se oscurece,
¡Oh corazón del corazón,
gaviota perpleja color del acero,
sangre o tierra seca,
arena a la que saltan los tigres!
Morir es el límite de un borde que madura como las frutas,
un bosque fugaz en el que llueve de abajo hacia arriba
y en el que jamás parece que hubiese llovido.
Más allá la tarde rosada, la colina, la mujer andando bajo su sombrero rojo,
la esfinge es la montaña como un pómulo desnudo,
y es el río que baja de regreso y moja la raíz de un tronco que felizmente ha despertado levantando los brazos.
Cuando cantan las hojas el vidrio es mariposa
y sólo unos párpados florecen en tu pecho
mientras duermes a la sombra de mi sauce a medianoche.
HOY LLUEVE, IGUAL MAÑANA
En el escalón del portal del edificio de ladrillos rojos está sentado el viejo
Charles Bukowski, el majestuoso zorro que trata de hacer malabar
con la botella de vidrio entre los dedos.
In to the wild,
i wan´t a life like that.
Live life as a happy man
until the day it will shut down.
Hay un viento que arrastra piedras y hojas en el cuadro que cuelga de la pared,
y detrás del rancho, en el terreno baldío las dunas cambian de lugar y de formas,
extraño el inmenso dromedario que no necesitaba más agua que yo mismo,
jamás nadie debería marcharse de Big Sur…
tienes que salir chucha de tu madre!, decía Quíque hablándole a la mancha del Pegaso que estaba queriendo pintar,
deja tú de estudiar mi anatomía que tu forma es la que voy a decidir en este instante.
Toma un poco de color en raras hebras y nace un raro caballo con alas que es parte del jardín y de mis manos,
vuela muñeco de trapo con el corazón de besos tocando el contrabajo,
enciende una hoguera consular entre las cejas de la noche
y que levante polvo de sed una pared cualquiera por la calle,
el hipódromo es para los apostadores como la evolución es para dios
una hoja violenta para otro color de las manzanas;
pinta una serpiente que tiene dos cabezas y que abraza la botella de whisky
y pinta que por la piel de las plantas entra un agua que moja los pies sin medias
y fue así también que pintó con mis alas aquella linfa de las que volvían las golondrinas
con una oscuridad ajena a cuestas.
NO HAY MUEBLES EN LA SALA
El delfín es la barracuda,
para esto me sirve que pintes y te diluyas,
para convertirme en el perro que no suelta la carnaza,
donde una hoja se convierte en la cabeza de un elefante
o sea, el payaso al que le cuelga una bota de la oreja,
o sea, el pájaro que da la cuerda y canta.
La gente cree que son dos tetas, pero son los misiles de Afrodita que apuntan a quién los mira; los personajes observan al acecho como lo hacen los dos gatos que portan aretes; los cuadros cuelgan de la pared y bien vistos no son nada,
pero en la vitrina están mis dos libros y sonrío;
sobre la mesa de aquello que no es un comedor están regados los colores,
el águila sale de la habitación sabiendo que yo voy a esperarlo,
y cuando vuelve me entrega un paquete de yerba, me sirve una taza de cerveza, me abraza y nos despedimos con un beso,
-Por cierto, me dijo, el borrachito terminó de morir el otro día.
La pintura en la que representó al borrachito agonizando tirado en la vereda me lo había dado como el primer regalo.
-No es momento, le dije, de empezar un diálogo que tenga que ver con un cadáver, y me fui.
No me volví a ver en sus ojos la pena que de seguro le causó mi comentario,
pero preferí ello a herirlo;
Fue así: sin embargo, al irme, sin mirarlo siquiera, descolgué otra de las pinturas que al llegar tanto me había deslumbrado, obvio sin la mínima intención de sentarme a conversar en los muebles que Quique no tenía,
Pero porque yo sabía que siempre que salía de allí lo hacía con la certeza de regresar y robarle otro de sus lamentables y maravillosos cuadros,
y sin dudas que así, precisamente, de haber sido necesario lastimarlo, se lo hubiera dicho
VOLVÍ DEL MÁS ALLÁ DOS VECES
Y aquí, como caí, rompí el espejo en el que termino fijando la misma memoria que da la vuelta alrededor de las cosas cuando no tengo ya más caras, ni más calles, ni más reloj equivocado.
La mirada es un breve instante en el que saltamos charcos tomados de las manos, y entramos y salimos de una noche en la que el viento vuela tímido pero punzante; debí saber que no hay misterio, que es otro el universo de la casa a la que llegué con un rostro diferente, aquel tuvo una raíz que me ataba desde un árbol famélico y distante.
Entonces es triste el amor o infeliz según se tenga,
En el costurero de lata fui abandonado al pie de la puerta como un niño y allí me hallé y dejé mientras los días de lluvia que transcurrieron fueron fríos destellos deslumbrantes;
acaso pude arrastrar al precipicio conmigo a todo el mundo,
pero igual que en aquella otra ocasión yo ya no estaba creciendo de cabeza,
ni estaba respirando todavía.
Gustavo Fernando Calderón Carrión (Guayaquil, Ecuador, 1970). Empieza su carrera literaria escribiendo cuentos, y con algunos se hizo acreedor a varias menciones en concursos convocados por entidades como la Universidad Técnica de Machala y la Confraternidad de Abogados 1972. En el campo de la lírica se hizo merecedor del Primer Premio de Poesía en el Concurso Nacional auspiciado por la Fundación Nueva Generación de Quito en 1996. A lo largo de los últimos años ha trabajado en la creación de textos poéticos, de prosa libre y prosa poética como Tratados para el aire, la novela Zona tórrida, y la novela Guayaquil de mis dolores. También ha publicado los poemarios Trono de brasas, Pueblo en silencio, Un lugar que se parece al mundo, Invierno en invierno, y Palabras de María, entre otros. En 1999 publicó el libro de cuentos, Reunión nocturna. En el año 2012 se hace acreedor al Primer Premio en el Concurso de Poesía Mousa organizado por la Universidad Laica Vicente Rocafuerte de Guayaquil con el poemario Tierra del medio.