Primer Encuentro de Poetas Iberoamericanos
Ciudad de México, 2023
Alfredo Pérez Alencart
(Perú)
QUERENCIA
Somos respiración del tiempo
o voces oídas por el árbol más alto de la tierra.
No sombras, no fronteras;
secreta purificación dentro del poderoso vacío
de tu imagen con mi imagen,
allí donde la vida nunca se agrieta
si dejo de mirar tu sonrisa
o el corazón que se llevaron los remolcadores.
Sé que refulges en la llama de mi mirada,
pues eres luz amarrada a mi cuerpo
lleno de palabras para la noche del existir
junto a ti, ya devueltos al origen,
música hablando de nosotros,
orquídeas mejorando su color si te nombro.
No inviernos, no otoños;
querencia muy afirmada alrededor del río
y los pájaros del trópico y la meseta.
Somos respiración del tiempo, princesa,
y es normal esta querencia, esta desnudez perfecta
que se acompaña con el canto de los ángeles,
mientras Dios nos abre su ventana.
EL VIAJE
Sé que en este viaje llevas el corazón hecho pedazos
y sé que vas diciendo
que ningún obstáculo te impedirá llegar a tu destino.
Un rayo ardiendo en la noche
para sacar brillo al faro de tu necesidad. Yo sé
que ahora dudas del inmenso ojo de la vida,
¡así, con tu puño lleno de hojas secas!, ¡así, con una rama
haciéndose ceniza!, ¡así, blasfemando hasta que
se te calienta el cráneo!
El pecho jadeante de la espera, lejos de varitas mágicas,
cerca del sudor fronterizo con signos de impiedad.
Gritas: “¡Abridme, aunque no tengáis
simpatías por mi llanto!”.
Sé que estás saliendo con una linterna sin bombilla
y sé que no te laceran las amonestaciones,
los vehementes reparos, el polvo que acumulas en tu
rostro. ¡Cuánto
padecer por lejanías! ¡Y qué del desgarro
por ir tras endebles o apetecibles trofeos!
Como un hombre enceguecido
esperas múltiples crucifixiones: allí, allí, allí…
Y gritas: “¡Dejadme un abrevadero donde mis labios
sacien su sed!”.
Sé que en este viaje llevas el corazón hecho pedazos.
TE ESTREMECES POR EL LOBO Y EL CORDERO
Te estremeces por el lobo y al cordero.
Amas ultrahumanamente, sin límites, como la música
del universo. Oh profunda sinfonía forjando
lo sagrado de principio a fin, alto asidero donde sobrepuja
la esperanza. Oh sucesión eterna que desatas
unisonancias, instintos trajinando hacia el magma
de lo trascendente, de la cadencia absolutoria
concebida compartiendo a ultranza las aguas profundas
y las hondas delicias de un contravuelo angélico
que se abroquela para recibir al Viento más feraz.
Siempreviva estás, trashumante presencia.
Te hospedas en la Luz que no aniquilan los ocasos.
Estando sin estar, eres evidencia,
cerebro verbal resaltando chispas de pureza,
latidos sin cautiverio, ciertísimo llamado de traslación
más allá de anhelos y desveladas ensoñaciones.
Pertenencia al páramo del Desprendido de sí,
a su oculto ritmo, a su lenta llama venturosamente
extemporal, cual indescifrable alianza.
Pertenencia al portal de los testigos,
al presagio de otro Reino, al aliento acrisolado
cual plenitud donde prospera lo sublime.
Pertenencia al verbo de una estrella.
Pertenencia al llagado cuerpo de doliente ternura.
Pertenencia al ala que se desvanece por los aires.
Pertenencia al linaje que acopia inocencias de siete en siete.
Te perpetúas en la antelación de la alegría
y asciendes, porque tu Unidad sabe la fórmula
de diásporas y deslumbramientos.
Clamas por tu orfandad. Clamas contra látigos agresivos,
fraternizando con los perseguidos, abrazándoles,
compartiéndoles la realidad que hay en los milagros.
Nada te desmide,
Criatura de nombre hermosamente pronunciado,
piel consumante, contorno que se aviene a penetrar
en frondas de cálido renacer.
Mantienes el don de ser el antes y el después,
lámpara alumbrando los vuelos breves del pájaro, su sombra
en la alta noche del abismo.
Conduces los fervores hacia el alba adolescente,
pulsas con tu estatura de Árbol de vida, riegas violetas
con el cauce de tus transpiraciones.
¡Horizontal ejemplo el de las manos extendidas,
el del pulso que sustenta! ¡Belleza de la Forma en el paisaje!
¡Oh Dios, qué desnudo afán el de este Amor
avanzando eterno, dándose así, tan pródigo!
¿Qué savias vas donando?, ¿qué otras luciérnagas te rondan?
PESSOA, FERNANDO
Se aparece a las cero horas, mientras leo sus salmos perpetuos.
No vendo esta flor que resiste los siglos;
no compro otra flor mientras esta transfigure mis cicatrices.
Árbol ardiendo, todavía.
Libélula impaciente, desde el 35,
sea Álvaro
o Bernardo, sea Ricardo o Alberto,
sea Alexander o Antonio al vaivén del repliegue en sí mismo,
absorto en otras existencias que apresan su insaciedad
y le marcan como hierros lejos de su cuerpo.
Su huella está en la cumbre, hecha brasa.
Leo los pliegues de su alma,
¡y cómo me persigue tal pozo de tormentos!
Lo suyo es un Libro de Primicias
que increíble me acostumbra a respirar de otra manera.
Otro poeta, su sombra,
(posiblemente yo), susurra:
Nunca he sido yo, pero quizás mentí para decir la verdad.
Mañana, cuando despierte, bajaré a la playa
para cumplir uno de sus mandatos:
“Al sol siéntate. Y abdica
para ser rey de ti mismo”.
HUMILLACIÓN DE LA POBREZA
(Niño de tres años vendiendo chicles)
No decir tu nombre. Decir tus ojos reflejando fríos
decir tus manos extendidas; decir que perdiste niñez
porque un remolino de pobreza te estrelló por calles
donde escuchas palabras bruscas y palabras huecas.
No decir tu país o tu ciudad. Decir tu futuro en vilo,
dependiendo de valentías o vergüenzas devoradoras;
decir que subsistes en medio de los días quemados
y que no desfalleces, aunque todavía eres vulnerable.
No decir el color de tu piel. Decir que las hambres
te gritan desde que naciste; decir que tu foto no sale
en las páginas sociales; decir que el día te hizo cauto
y que la noche y sus rapaces están ahí para devorarte.
No decir discursos políticos o teológicos. Decir que
nadie remienda tus zapatos; decir que tu desamparo
se debe al orbe asqueroso de la codicia; decir llanto,
injusticia procaz, rabia ciega; decir pan mío para ti.
SALMO INFINITO PARA LA ROSA MADRE
No ha de guardarse más el salmo infinito
que despierta para ir junto al corazón
de la madre dadora del puro amor
que nunca desfallece.
Oh vivientes cuidados de la infancia
y de todos los entretantos de la existencia.
Aprisa este niño ya no visible
se uniforma como cuando iba a la escuela,
seguro de ancestrales afectos.
Nada amargo se remueve en mi memoria
y sí un inventario de alabanzas
confirmando sus nutrientes.
Por venas copiosas se acumula la filiación,
se incorpora a mi destierro y repite
canciones de cuna capaces de calibrar
esta madura respiración magnetizada
por miles de horas latiendo entre las piedras.
Cuando las horas totales se sumen,
deberán apilarse con las otras que son llaves
maestras en abrir mi pecho,
con las verdeantes horas de tres lustros
cazando luciérnagas bajo la atenta mirada
de la madre de esta vida entera.
Oro genuino reluce de las imágenes
que desfilan en esos pedazos del camino
lleno de soles y lluvias, de sensible
comprensión del mundo,
de desvelos protegiendo la enredadera
del llanto.
Pronto supe de la fuerza suprema del amor
al primogénito. Pronto surcó su voz en mis mañanas
de selva y calles polvorientas. Pronto
me impregnó con sus aires de dulzura.
Si a su regazo fui feliz,
como un gran bálsamo resulta su presencia
en este mediodía de mi ser. Su testimonio
de madre es oxígeno suficiente
para las más altas escaladas.
Madre mía, me coso a ti con el hilo
indestructible del amor que no se evade,
el mismo amor que a los dos
nos va sobreviviendo.
LA CASA DEL PERDÓN
Oye cómo los odios vociferan contra ti su idioma
de muerte y destrucción.
Oye sus bravíos saltos para hacerse con el cetro de la jauría.
Oye sus pasos salvajes trayendo desolación al inocente
que apenas se mantiene en pie.
Oye sus murmuraciones que les llevan a hirvientes desvaríos.
Oye el triste resonar de sus respuestas adulteradas.
Oye la enumeración de tan malolientes costumbres.
Oye las blasfemias que duelen como mordeduras.
Oye sus amargas maledicencias entretejiéndose pálidamente.
Oye la falta de remordimientos que expresan.
Oye sus palabras impregnadas de fósforo y estiércol.
Oye cómo pregonan su inmisericordioso menester...
Óyelos con tu corazón asediado por ese prontuario
de conspiraciones y patrañas.
Óyelos sin retroceder, pues tu poder es el amor
que les resulta inalcanzable.
Después de oírlos,
enseñarás que la casa del perdón está hecha de amor
y que el amor no es un reino ajeno ni una fría lápida sin epitafio.
Darás la paz y el perdón a tus angustiadores
y que ellos escarben en su memoria
el inventario de infamias
o revisen el aceite caliente que irriga sus corazones.
Porque tu amor está contigo
nada entenebrece la convivencia de tu casa.
He aquí el testimonio que abre la puerta a vidas deshabitadas,
a hijos pródigos volviendo al conjuro del amor.
EL TORO ENCANTADO
Quizás yo sólo sea el reverso de una sombra
o la figura revelada bajo el último relámpago
sobre el paisaje de mi heredad,
allá donde estaba soñando el porvenir
montado sobre un toro tan antiguo como el amor,
más acá de la altura del barranco de los aguajales,
emplumado con calendarios que ignoran
la desaparición de tan verde lugar.
El toro es lo único que me resta de aquel paraíso.
Voy por sendas sobre tan noble animal
cuyo rugido es como rememoración del encantamiento,
de todo lo que era posible entonces,
cuando cielos y bosques ensanchaban mi corazón.
Quizás mi destino se fraguó alrededor del toro
cuyas fuerzas no flaquean por su cuero
resbaloso de presagios.
Pero todo se confunde en la ceremonia
que dentellea lo dichoso entre árboles ululantes
al sentirme volver tras larga ausencia.
Quizás en otra época mis pies trazaron la trocha
de libertad por el que me lleva el animal.
Al final del camino, el toro parece comprender
el mucho secreto de mi tristeza. Sabe de mí,
pues él mismo se grabó mi nombre en su frente.
Quizás yo sea ese toro que recoge las sobras
del festín y entierra las patas en el suelo
de su antiguo paraíso.
FORASTERO
Tierras duras, ¿dónde un hueco para este paria
que no se resiente ni a la menoscuarto? ¿Dónde
un catre roto para tiritar lento otra amanecida?
¡Aquí acudo, mis murmuradores! ¡Aquí perforo
la tela en pos de trashumancias! ¡Aquí, pisando
cepos, trastabillo y aprieto los dientes y hambreo
hasta roer la piedra! ¡Aquí resiembro espinas
que me torturarán más allá de la extremaunción!
¡Sí, gentes huidizas del abrazo o del desangre,
vine para deambular por el hedor de la basura!
Tierras duras, ¡ni baratijas traigo ni lujos pido
al hosco secano de vuestro corazón! Amados
prójimos, ¿por qué huyen de mi faz mendiga?
¿Mías las fronteras, los visados? ¡Nada es mío
salvo el horizonte boreal no sujeto a la muerte
o la aguja que de continuo taladra el minutero!
Tierras duras, tierras empinadas por los siglos,
¿dónde unos granos de trigo?, ¿dónde el zumo
de dulce viña? ¿Dónde un colchón de paja vieja
para posar mi fatiga sin brecha o mi día cardal?
¡Creo en el maná que veo en la mano del Amor!
MUJER DE OJOS EXTREMOS
(Jacqueline)
Mujer de ojos extremos: soy todo convulsión
durando en músculos de flamígero presidio; soy el juzgado
y condenado cuando me ausento a veces por el otro
tiempo de la manzana; soy el ángel rehabilitado
que te sigue con su ala de amor, gentileza
contra los bárbaros; soy el que desdeña pertenencias
que no hacen falta, manos en ardimiento,
violín flotando por aguas amargas, por soles trizados
pero siempre a tu lado, a las veintitrés lunas de tus huesos,
a tus noches henchidas quedándose para que bese
tus sueños y cosquillee tu torso hasta volverte
gacela del Líbano viniéndome cuidadosa.
Tú, que tienes de Querubina, alúmbrame con luciérnagas
y cuida mis desgracias, mis espectros de dos lenguas,
mis miradas deshilachadas, mi vida individual
y colectiva: cuídame hasta la última edad, diluvia
en mi fisiología, relaciónate, relígate, ora conmigo ahora
y en la hora del gozo, del llanto de la exacta realidad,
creando a fondo la comunión carnal y los vientos
favorables del espíritu.
Yo te necesito, mujer de seda y acero: necesito tus ojos
extremos para crucificarme tan de continuo,
para ser testigo de tus llamas sin corrupción, alimento
para mi supervivencia que ya rectificó su rumbo
y atraviesa tu noche única de prodigios como si hubiese
sido un sueño apretado a nosotros mismos,
en plena acción de tierras y cielos aplicándose
al oído tus susurros y los míos.
Mujer: espósame con invocaciones
que nombran lo amado, con emoción continua, con risas
que destellen eternidad y asedio a mis partes mortales,
aisladas por tu respiración en mitad de la almohada:
centro vivo, pulsación que me concierne, cerebro febril
gravitando en la certeza de mis manos, movimiento
libre de tus nervios principales en cuya rotación
nunca quedo a oscuras.
Mujer de ojos extremos: te cobijo ahora que sientes frío
y el ruido del mundo atasca historias a la orilla de tu río,
de tu bosque, de tu cielo de tantas estrellas,
allí donde bailé contigo baladas y promesas
hasta hacerse agua nuestra boca tan temprano, juntos los dos
pero distintos a todos, éxodo tras éxodo para gestar
al unigénito portador de todas las sangres
de aquellos forasteros
que nos legaron un corazón alejado del odio.
Yo te beso,
mujer madurada bajo el roce íntimo
de mis días vertiginosos.
Te beso
porque cabes en mis brazos
y giras tu curva esplendorosa
para que te respire
como a la esposa del amor
que está junto a mí
en todas las resurrecciones.
Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962). Poeta y ensayista peruano-español, profesor de la Universidad de Salamanca desde 1987. Es director, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos. Tiene publicados 15 libros, ha recibido varios premios internacionales por su trayectoria poética y su poesía ha sido parcialmente traducida a 50 idiomas.